Conversemos sobre libros por Miguel Gonzales Corrales
Uno de los factores inquietantes, aparte de la denuncia social que se leen en sus páginas, es la fuerza bien arraiga para no perder lo que durante décadas y con esfuerzo se estableció y se luchará hasta lo imposible para conservarlo. Una de las formas más antiguas de sobrevivencia que tuvo el ser humano, desde los primeros tiempos de la humanidad, fue la idea de conservar lo propio. Toda esta determinación se lee en las páginas de uno de los libros más hermosos que leí desde los primeros párrafos hasta los últimos.
Se trata de la novela «El mundo es ancho y ajeno» (1941) de Ciro Alegría. Es una novela amplísima que retrata como los campesinos defienden su comunidad, Rumi, en los andes centrales del Perú. Es una epopeya donde se cuenta cómo los pobladores viven sometidos por la injusticia y el maltrato de los hacendados quienes se creen dueños de unas tierras que no son suyas porque forman parte de la región. Por tal razón, se las apropian porque desean hacerlo sin rendirle informe a nadie.
Esta figura está en Álvaro Amenábar, prepotente, quiere despojar a los pobladores de Rumi del lugar que durante años fue su hábitat. Rosendo Maqui, una especie de gobernador, trata de defender como puede las arbitrariedades del usurpador. Desde allí se entretejen una serie de circunstancias que terminan en tragedias porque la injusticia prima más que la sensatez, el oprobio y la intolerancia, ejes constantes contra los campesinos. Hubo personas como el Fiero Vázquez, Benito Castro, entre otros, quienes intentan enfrentar a las hordas matonescas de Amenábar. Pero los desenlaces so feroces porque terminan con la muerte de Maqui (encarcelado injustamente e intenta escapar y es ultimado) Vázquez y Castro. Así, después de una cruenta batalla Rumi es destruida y los pocos pobladores que quedan abandonan para ir a Yanamarca, muy lejos de los territorios expropiados por Amenábar. Allí comienza una esperanza para sobrevivir y, quizá, no haya, después, otro usurpador que los desaloje porque también querrá esas tierras. Ese el gran temor de sus pobladores quienes vivirán con esa incertidumbre.
«El mundo es ancho y ajeno» señala, desde su título, que a nadie pertenece el lugar donde uno vive, pues la denuncia social que hace Alegría es intensa, embellecida por los diálogos, típicos pensamientos de la ideología de su autor, para demostrar cómo sus personajes son el reflejo de los desheredados porque el gobierno del Perú los tiene abandonados porque ni siquiera sabe que existen poblaciones como las de Rumi, a lo largo de serranía. Estos aspectos fueron trascendentales para que la novela tuviera éxito y ganara el premio de una editorial norteamericana. Su fastuosidad, aparte de lenguaje embellecido por descripciones sublimes, poéticas, está en el tema ideológico de una cultura sin esperanza, dotada de personas, cuya ignorancia es el olvido de los pobres, quienes no tienen otra tarea más que vivir una existencia sin futuro.
Ese reflejo es el de un Perú, no solamente vivo en la costa, sino que los más sufrientes son aquellos que no son cuidados por el gobierno. Solo los poderosos acceden a todo porque todo creen les pertenece. Esa injusticia social es el alma de la novela, la vida que refleja a sus personajes, emblema de una sociedad peruana desigual, por una geografía desigual y pensamientos personales desiguales, elementos, que, si no se saben administraren en un país vasto como el nuestro, jamás mejorará. Este es el mensaje exacto de una novela icónica en cada página que se lee.