Martes, Enero 21, 2025

Arqueología

Un autor por viaje es un proyecto para conocer escritores y escritoras arequipeñas, conoce a Goyo Torres.

De “Ajuste de cuentos” Autores varios-Aletheya 2016

—¿Quieres saber lo que pienso?
—Bueno.
Dante se mantuvo con un gesto distraído, como si no importara lo que el otro dijera.
—Pues, francamente, creo que perdemos el tiempo.
Ambos transpiraban por el inclemente calor en el desierto de Sihuas. Estaban solos, a kilómetros de la población más cercana. Habían comenzado con el hoyo dos semanas atrás. Cuatro metros de profundidad o algo más era un gran avance, considerando el terreno arenoso y los deslizamientos constantes. Pero ellos fueron precavidos y llevaron todo lo necesario.
Extraían la tierra con ayuda de una polea y un ascensor caseros. Ambos se turnaban para manipular los equipos.
—Si no deseas continuar, puedes dejarlo y largarte —agregó Dante.
—¿Largarme? Bromeas.
Elvis se echó a reír con una carcajada limpia. No podía tomar a mal el enojo de Dante, se dijo. Eran amigos de mucho tiempo y no encontraba ofensa alguna en lo directo de las frases. Sin embargo, le preocupaba su prolongado silencio, la causa evidente era Adriana. De ella habían charlado apenas llegaron y acabaron discutiendo. En otras ocasiones también lo habían hecho, es decir, discutir por su causa, pero los motivos no eran tan graves. Quizá por eso sentía ahora la pisada de elefante en su conciencia.
Uno nunca termina de conocer a las mujeres se repitió por enésima vez. O quizá son ellas las que no se dan a conocer, las que colocan alambrados para que ningún hombre penetre en su mundo. Seres extraños hasta cuando uno piensa que las posee. Había estado con Adriana durante cinco meses y en dos oportunidades ella le había insinuado para que fueran a algún hostal. Pero él se opuso colgándose de su estúpido moralismo cristiano. De pronto rompieron y a los pocos días estaba con su mejor amigo. Entonces sucedió
lo de la fiesta de fin de año, por pura broma le salió decir que fueran a algún lado y ella aceptó.
Luego vino la discusión con Dante, seguido del hielo por más de dos semanas. Pero estaba dispuesto a aclarar las cosas. Y ésta era la oportunidad, si se animó a acompañarlo en su descabellada aventura de huaquero, fue para eso.
Trabajaron toda esa mañana, sólo con breves intervalos para beber algo de agua. A eso de las dos de la tarde, los sorprendió el hallazgo de un medallón,
un enorme medallón en medio de osamentas y viejos telares prehispánicos.
—¡Es de oro! —gritó Dante con el rostro iluminado.
Elvis bajó volando. Llegó hasta donde estaba su compañero y escudriñó el objeto. Era el experto como estudiante de arqueología.
—Es cierto —confirmó, limpiando cuidadosamente la tierra del medallón.
Ambos sonrieron felices.
—Esto merece celebrarse.
Subieron con el medallón. Se dirigieron a la carpa instalada a unos metros. Se sentaron a la sombra contemplando boquiabiertos su hallazgo.
—¿Quieres una cerveza? —preguntó Dante, al cabo de un rato.
—Todas las que haya —respondió Elvis.
—Debe de haber una fortuna allí abajo —agregó el otro, mientras servía.
Ambos estaban confiados. Conjeturaron lo que podrían hacer con el medallón y los otros objetos que sacarían. Bebieron entre risotadas, bromas y planes de venta. Eso sí, debían ser cautelosos y evitar sospechas y riesgos inútiles.
—¿Sigues molesto por lo de Adriana? —preguntó repentinamente Elvis, rompiendo el encanto de los últimos minutos. Dante quedó desconcertado y gradualmente la felicidad inicial desapareció en su rostro. Permaneció callado.
—No sé como decirlo —intentó continuar Elvis.
—Simplemente no sigas—respondió el otro.
Un prolongado silencio aisló a los dos.
—¿Por qué lo hiciste?—inquirió Dante, después de un rato. El otro se mantuvo en silencio, como recapacitando

—No sé —respondió—. Los tragos, la coca, yo estaba durazo, no sé. Ella seguía dolida porque la arrochaste esa noche, creo.
—¿Quieres decir que ella inició todo?
—No lo sé.
Dante soltó una sonrisita irónica. Permanecieron sin hablar varios minutos más, sólo bebiendo.
—Esto se está poniendo cursi —dijo de repente, con inusitado entusiasmo—. Vamos a celebrar.
Volvieron a animarse. Luego acordaron bajar al pozo, sacar el resto de objetos y marcharse antes que cayera la noche.
—A la mierda la mujeres —dijo eufórico Dante.
—Bien dicho —aprobó el otro.
Descendieron y desenterraron huacos, pequeñas piezas de plata, oro, cacharros de barro y un sinfín de objetos. Escogieron solo los que creyeron de valor.
—Vamos, saquemos esto —sugirió Dante.
—De acuerdo —asintió el otro—. Esto vale más que todas las mujeres del mundo.
Dante sonrió aprobando la ocurrencia.
—Sube y tira de la cuerda —ordenó luego.
Elvis subió, recibió hasta tres cargas sucesivas.
Después salió su amigo. La cantidad de piezas que habían extraído era importante. Llenaron todo en costalillos de yute y lo acomodaron en la vieja camioneta. Se dispusieron a marcharse.
—Espera un momento —dijo de pronto Elvis—. ¿El medallón?
—Lo tenías tú.
—Estaba en mi bolsillo.
Se buscó en todos lados, sin resultado.

—Debió caerse en alguna parte.
—Déjalo así y vámonos.
—¿Estás loco? Es de oro. Debe haberse quedado en el pozo. Bajaré a buscarlo.
—Olvídalo.
Elvis, de todos modos, se dirigió al pozo. Se deslizó por la cuerda y buscó en la arena. El sol declinaba y había dificultad para la visibilidad. Dante se aproximó al borde con una linterna a pedido del otro.
—¡Lo tengo! —exclamó Elvis, después de un rato.
—Bien, lánzalo.
Tiró la pieza y comenzó a escalar por la cuerda, pero esta se arrancó y cayó. Por efecto del golpe, comenzó a desprenderse arena de los costados.
—Oye Dante —gritó—. La cuerda se rompió. Pásame otra. Nadie contestó a su pedido.
—Dante, ¿estás ahí?
Esta vez tampoco obtuvo respuesta. Lo embargó un sombrío presentimiento. De pronto la base de la polea cedió y también cayó
—¡Dante, ayúdame! —alcanzó a gritar.
El golpe de la polea lo hizo trastabillar. Le cayó como una volquetada de arena encima. Unos segundos después escuchó apenas el motor de la camioneta en marcha.

Puedes conocer otra escritora aquí: Gabriela Zamata

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