Cuando me acerco a una pintura tiendo a buscar sentidos, narraciones. No sé si lo hago de esta manera debido a que no sé cómo “ver” una obra pictórica. Entiendo que hay aspectos técnicos, pero creo no poder identificarlos; o mejor dicho, los dejo de lado ante las impresiones, llamemoslas emocionales, que me provocan los colores, las texturas y las formas; y la manera de lidiar con estas impresiones es otorgándoles una narración. Vivian Gornick hablaba de la percepción de un rectángulo blanco que se le abría en el pecho en los momentos de mayor inspiración, cuando podía escribir sin dificultades ni tropiezos. Me imagino que tal impresión, como huella que se percibe en el cuerpo, tendrá que ver en algo con aquello que siento cuando observo una pintura que me invita. Definitivamente, no es algo tan preciso como lo que menciona Gornick. Se manifiesta algunas veces, por ejemplo, como una voracidad en el ojo. Este discurre rápidamente por la pintura, buscando cada cúmulo, cada trazos grueso que provoca nudos, como si quisiera recorrer cada vestigio, cada rincón con la mirada, como si la mirada quisiera reemplazar el recorrido que harían mis dedos… Los colores estallan y aparece la angustia.
He procurado acercarme a las obras del artista arequipeño, Jhonathan Quezada, con mucho cuidado, como si acechara, en cada una, a un animal dormido. Las observo de lejos, con algo de temor. Con ese temor que provoca aquello que no se comprende, que posee algo indefinible, y sugerente, al mismo tiempo, del máximo respeto: no debes moverte con brusquedad porque podrías despertar alguna furia… ¿Se tratará del temor sagrado, cuyos vestigios perduran en mi desde la infancia? Lástima que la cafetería estaba a tope de comensales, y que las voces y la música se entremezclaban frenéticamente impidiendo pensar con claridad.
Las pinturas de Jhonathan forman parte de una serie que se titula “Cinemática” y que está siendo expuesta en la cafetería “Coleccionista”. Son trece en total, pero solamente pude observar con detenimiento tres. No había caído la noche, así que las que estaban dispuestas junto a la puerta podían aún agradecer la luz cálida del atardecer.
El artista emplea trazos recargados que se disponen siguiendo líneas curvas, que rompen con la dureza de lo estático, con la solidez del material del lienzo cuadrado. Tales trazos, como menciona D.M.L. tienden a formar figuras elípticas “borroneadas”, que sugieren la huella que deja el proceso, o la historia de cómo se ha ido conformando cada obra…, la huella en movimiento que dejan las manos… Uno sigue, como en retrospectiva, el movimiento repetitivo por el que ha transcurrido el pincel…, participamos del material, como si también estuviéramos unidos a la mano del artista. Las formas elípticas se intercalan con otros trazos en los que predominan colores rojizos, y que invitan a observar lo hendido… La hendidura, la herida, algo atroz que se asoma desde lo profundo y que amenaza con el vacío, con aquello que escapa a lo perceptible. ¿La ausencia de palabra? Algo de carne, de aguas revueltas que llaman a las tinieblas del espíritu. Es posible volver el rostro y dirigirlo al quehacer ajetreado de los baristas, el aroma a café… La angustia domesticada.
Y, nuevamente allí, se agradece el color dorado –que tan pocos utilizan con acierto– y que parece atrapar en sus partículas la luz… Esa luz que es impulso para observar de frente lo que más tememos.
Datos adicionales: La exposición “Cinemática” se inaugura este jueves 26 de enero a las 19:00 horas, en la cafetería Coleccionista que queda en la Calle San Francisco 127.
Por Gabriela Solorio Naiza