Viernes, Octubre 4, 2024
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Heridas y cicatrices: las ficciones dolorosas de Gustavo Pino

Texto leído en la Feria Internacional del Libro de Lima 2023, durante la presentación de las novelas “Un asunto frío y vulgar” y “Hacia la frontera” *.

Por: Jorge Malpartida Tabuchi

I

Las ficciones de Gustavo Pino nos exponen a un mundo de personajes lastimados que buscan salvación. Una herida física o psicológica, antigua o reciente, es la causa de su dolor. Y estas laceraciones dejan cicatrices que recuerdan todos sus sufrimientos. Pero las secuelas también son una marca de resistencia. Sus personajes han perdido, fueron destruidos, pero siguen recogiendo sus pedazos regados y vuelven a armarse para seguir adelante.

En su primera novela, “Un asunto frío y vulgar” (Aletheya, 2019), las heridas del protagonista Ignacio Expósito germinan en medio de la inocencia e idealismo de su primera temporada como reportero en un diario de Arequipa. Antes de ser apaleado por esta ciudad podrida, podemos ver esa vida luminosa dentro de la redacción, llena de humor, compañerismo y una especie de heroicidad cotidiana. La primicia policial aparece como una oportunidad para darle sentido al dolor. Hay una atmósfera de nostalgia al recrear ese mundo periodístico, un lugar seguro que conforme avanza el relato se degrada debido a la sordidez del entorno.

En nuestra tradición literaria existen antecedentes de aprendices de escritores que llegan a un periódico para conocer el mundo. Ahí están Zavalita en “Conversación en la Catedral”, Diego Balbi en “Los últimos días de La Prensa” y Alfonso Fernández en la novela chilena “Tinta roja”. Sin embargo, en esta obra de Gustavo Pino hoy dos aportes creativos. El primero: utilizar la geografía urbana de Arequipa para trazar una versión propia de esta historia de aprendizaje. El conflicto se desarrolla en ese contexto que conocemos como “prensa de provincias”, en donde una noticia de portada puede ser un ladrón de calzones que aterroriza a un barrio. También aparecen las charlas de coleguitas en los bares y fondas del centro histórico, cumpleaños en donde se bebe pisco en garrafa, se come chanchito al horno y se bailan sayas y tonadas de “Clavito y su chela”. El segundo rasgo a destacar es la apuesta por la novela policial, agregando así una nueva capa estilística al relato. El suspenso y la búsqueda de pistas se convierten en elementos para captar la atención del lector, mientras el protagonista empieza a madurar y se pervierte.

Este tejido narrativo (escenario arequipeño + clave policial) sirve para que Ignacio Expósito acumule experiencias dolorosas que lo llevarán al límite y lo harán rendirse ante ese maleficio que aparece en la novela: “La vida nos parte, nos termina partiendo a todos”. En su búsqueda del artífice de los asesinatos que pueblan esta historia, verá las limitaciones del periodismo, ese supuesto heroísmo que nada puede hacer ante la violencia, el sadismo y la corrupción. Todos estos traumas se aglomeran en Ignacio y empiezan a manifestarse en su cuerpo de diferentes maneras: primero, un dolor incesante en su espalda; luego, el adormecimiento del hombro; después, las arcadas y los mareos, los desvaríos y la paranoia. Él lleva demasiado tiempo sufriendo y, al final, será sobrepasado por todas sus heridas.

El periodismo se posiciona en esta encrucijada como un arma de doble filo para el protagonista. Puede ser una forma de escapar del dolor, pero también una condena. En algún momento, uno de los personajes de esta novela, Oscar Pareja, su amigo y mentor, le dice a Ignacio lo siguiente: “El periodismo es una maravillosa escuela de la vida”. En este oficio se aprende lo más luminoso y lo más terrible. El periodismo, además, puede ser un laboratorio de escritura, un espacio para que surjan historias primigenias que luego se tornarán en ficción. Pero como todo laboratorio que alberga sustancias peligrosas, puede explotar y dejarnos esquirlas incrustadas en el alma.

II

En la segunda novela de Gustavo, “Hacia la frontera” (Aletheya, 2022), el muestrario de personajes heridos se expande. Ahora tenemos tres historias con protagonistas quebrados por diferentes circunstancias y dolores. Manuel, el policía alcanzado por una explosión; Luisana, la migrante que recurre a la prostitución para conseguir dinero para sus dos hijas en Venezuela; y nuevamente Ignacio Expósito, quien revuelve en su memoria para narrar esos episodios traumáticos que se enlazan con el pasado violento de nuestra historia más reciente, con atentados terroristas, crisis económica y matanzas militares.

En esta novela, más compacta y depurada, nos acercamos a una prosa combustiva y trepidante. La melancolía y las atmósferas cargadas de dolor vuelven a aparecer y se convierten en herramientas que inyectan vitalidad a las tres historias. Otro elemento que hermana a los personajes de la novela es el movimiento, geográfico e interior, los tres emprenden un viaje para buscar un lugar seguro, esa patria de la que tanto hablamos todos.

De nuevo, en este libro aparece la consigna “la vida nos termina partiendo a todos”, pero ahora vemos en estas historias que es posible escapar de la condena. La escritura y el periodismo se posicionan nuevamente como una forma de salvación. Ambos mecanismos sirven para explorar dentro de las heridas más profundas. El narrador, Ignacio, usa los materiales de su pasado, el propio y el de la patria, y también se abastece de las laceraciones de Manuel y los traumas de Luisana para encontrar un camino de sanación. Otra vez, ausculta en sus llagas e intenta cauterizarlas con la palabra. Sufrimiento y sanación. Heridas y cicatrices. En la prosa de Gustavo Pino brota una energía dolorosa que nos atrapa hasta terminar el libro.

Los suplicios que Ignacio Expósito padece en esta segunda novela ya no lo sobrepasan. Hay un nuevo aprendizaje producto de la madurez. En esta nueva historia, el autor/personaje asume su condena, no con estoicismo, pero sí con mayor practicidad. La cicatriz que lleva en su rostro (herencia de sus pesquisas como reportero policial) es una marca de la que nunca podrá escapar. Sabe que es heredero de una memoria cruel, personal y también nacional. Comprende que la única forma de curar una herida es dejar que el sufrimiento nos invada para después pasar al trabajoso camino de la recuperación. Así como en un momento decidió darle vida a todos esos muchachos y muchachas que trabajaron en un periódico de Arequipa y dejaron de existir al mismo tiempo que su inocencia; ahora decide organizar estos nuevos dolores, propios y ajenos, asume toda su carga, y se reconcilia con las cicatrices que quedan en su piel. Acepta quién es ahora y comprende que estos traumas son los que le llevan a improvisar tramas siniestras, y a enmascarar dolores que, ojalá, puedan sanar algún día lejos de estas páginas inventadas.

*Las dos novelas de Gustavo Pino pueden encontrarse hasta el domingo 6 de agosto en la FIL Lima (Parque Próceres de la Independencia, Jesús María), en los stands de la Macrorregión sur (221), Libros del Zorro Rojo (21) y Estación La Cultura (27).

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