No hay que olvidar al escritor Miguel Ángel Delgado Luján. Falleció hace nueve años, un 9 de marzo como hoy, pero no debe enterrarse su literatura, esa que forjó en Arequipa con ternura y empuje durante más de tres décadas. Que sus historias pasen de mano en mano, como bien hacía él, cuando visitaba colegios y universidades para ofrecer sus libros, aula por aula, carpeta por carpeta, luego de convencer a alumnos y profesores sobre las virtudes de sus textos.
Delgado Luján brilló como autor de literatura infantil y juvenil: en cuento, novela y teatro supo crear personajes y tramas cotidianas, simples e inocentes que te acercaban a los claroscuros de la vida. No hay que olvidarnos de “La Guerra o la Paz”, su pieza teatral más conocida, publicada en 1990, en medio de un contexto de violencia e incertidumbre.
En esta historia, el gato Garabato y el conejo Plomito nos hacen creer que es posible derrotar a nuestro lado bélico y autodestructivo. Era urgente sembrar esa luz en los pequeños, para que no normalizaran el desasosiego, aunque la realidad mostrara solo sombras.
“Me invadió la certidumbre de que en tiempo de guerra no existen las islas de paz, y que esta, aunque solo sea a través del miedo que provoca, destruye, erosiona y malogra: el progreso de un pueblo, la convivencia fraterna, la alegría de una serenata”, escribió el autor en el prólogo de la obra.
Tampoco hay que olvidar sus relatos autobiográficos. Tienen una vitalidad muy necesaria en estos tiempos cínicos, y guardan varias lecciones para artistas en formación. Hace poco, en un recorrido por librerías de segunda mano, rescaté de una mesa de saldos un ejemplar de su libro “Ahora que vuelvo a verme” (2000) . Ahí está ese gran relato llamado “Cierto olor a tinta, papel y pegamento”, sobre sus peripecias para autopublicar y poner a la venta un primer libro, en esa Arequipa de inicios de los 80, sin editoriales ni cadenas de librerías.
Pese a la precariedad que se vivía en una ciudad sin lectores, el narrador nunca cae en el patetismo o la autocompasión. Recorre plazas, se infiltra en restaurantes y bancos con tal de concretar una venta. Y siempre con humor y dignidad.
“Yo no soy un mendigo ni un vendedor ambulante; soy un escritor”, dice el autor de la historia, tras recibir una seguidilla de rechazos.
En esa persistencia de Delgado Luján está quizás su principal legado. Él no estafaba a sus lectores con sus libros. Al contrario, les entregaba una buena historia, y encendía su curiosidad por la literatura. Seguro, más de un escolar pensó después de conocerlo: ¿quién es este hombre que se gana la vida escribiendo? ¿Quién es él, y por qué yo no puedo hacer lo mismo? No lo olvidemos, y sigamos leyéndolo con cariño.