Jueves, Septiembre 12, 2024
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TESTIMONIO DE UNA PARIA EN AREQUIPA

Conversemos sobre libros por Miguel Gonzales Corrales

Adentrarse en el conocimiento de una narración que retrata una época en la historia de un lugar, es lo más fidedigno al aprendizaje histórico-social de un pueblo. Es la Ilustración con detalles, modos lingüísticos y sociales, la mejor forma de entender cómo vive una determinada comunidad, a lo largo de los siglos. Si la historia repara en especulaciones a través de sus investigaciones en otros textos históricos la rueda es continua. Sin embargo, la literatura detalla mucho mejor los acontecimientos precisos que, quizá, a la historia se le escapa.

Una muestra de esto, entre los muchos ejemplos, es «Peregrinaciones de una paria» (1838) de la autora franco-peruana Flora Tristán. En su presentación explica los motivos que la orillaron a llegar a Arequipa. Solo en siete capítulos retrata un periodo de la vida arequipeña en la primera mitad del siglo XIX. Los primeros ocho capítulos narran su periplo de Francia hasta la casa familiar paterna y los últimas cuatro sus impresiones de Lima. Más allá de los sentimientos que expresa, esta obra literaria es una mezcla de crónica, novela, diario e historia.

Detalla a una sociedad conservadora de la clase adinerada que se deja llevar por situaciones melodramáticas por los conflictos militares de la época. Ella cuenta, con indignación, la vida religiosa y la diferencia de clases en relación a la gente del campo. Se sorprende cómo los peruanos tienen una vida muy simple y se dejan llevar por sus emociones que los hace serviles. Lo compara con la vulgaridad francesa de los cantones después de los desmanes de las protestas. Comprende cómo sus tías y amistades conllevan una existencia pasiva y miserable. Los hombres son quienes afrontan todas las revueltas y con autoridad indiscutible relegan a la mujer a servir en la casa los quehaceres diarios. Solo Flora comprende que la única mujer de verdad, en el Perú, era Francisca Zubiaga, conocida como La Mariscala y esposa del Presidente Agustín Gamarra, a quien conoce en el Puerto del Callao, antes de irse del Perú.

También muestra su perplejidad por la batalla de Cangallo protagonizada por hombres codiciosos quienes desean adquirir más poder como lobos recelosos que marcan su territorio para gobernar. «Todo es burlesco y ridículo», comenta.  Aunque la historia, en esta batalla, reconoce a los mariscales Nieto, Gamarra, La mar, entre otros, ella lo ve como unas hazañas absurdas porque los hombres se envalentonan por sus triunfos mientras las mujeres y niños corren a refugiarse en conventos, sin importarles los pobres quienes corren a su suerte. Esta inhumanidad rechaza Flora y cree que los ricos pueden tenerlo todo en un país que se desmorona por su ignorancia.

Los acontecimientos que detalla al mínimo, los diálogos de la gente son literales como ella los oyó. Las escenas y las costumbres idénticas tal cual las atestiguó en una sociedad tradicional, además de los conflictos históricos que repercutieron en el país reflejada en las calles de Arequipa con protestas incendiarias que dejaron absorta a la escritora franco-peruana. Los hechos que retrata Flora Tristán son una clave precisa del momento, una nuestra de la sociedad dieciochesca porque los vivió desde adentro, entre 1833-34.

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