Por: Miguel Gonzales Corrales – Escritor arequipeño
Una de las novelas contemporáneas sobre búsquedas de tesoros, aunque infructuosa, pero con ánimo aventurero, primordial en la trama, es «Viaje a Rodrigues» (1986) del escritor Jean Marie Gustave le Clezio, Premio Nobel de Literatura, 2008. Se trata de una novela corta que junto a «El buscador de oro», son referentes de las obras sobre tesoros de escritor francés. La historia nos traslada a una época distante, remota del siglo XVIII. El narrador, quien evoca las emociones del autor, ambos son una simbiosis de búsqueda y reencuentro familiar. La idea fundamental es ir tras las huellas de un tesoro, siguiendo una leyenda de 1571, según el abuelo del narrador, pasó casi toda su vida tratando de encontrar. La isla de Rodrigues, pertenece al archipiélago de las Mascareñas situado en el Océano Índico, escenario de la búsqueda de dicho tesoro.
A través de pesquisas y señuelos intenta dar con el paradero y desenterrar la riqueza oculta por siglos, además, el narrador se plantea muchas interrogantes sobre su verdad. Sin embrago, mientras indaga aparecen descripciones de muchos escenarios naturales como quebradas, peñascos y todo tipo de arbustos, inclusive poniendo en riesgo su propia vida. Nos remonta a varios hechos históricos, cuyos personajes son los responsables de trasladar el botín por encargo. El discurso literario nos lleva a un pasado dudoso sobre cómo pudo, probablemente, llegar allí un tesoro, que a lo largo de los siglos solo se convirtió en una leyenda. Hubo otra persona, antes del abuelo del narrador, quien tampoco tuvo éxito, pues realmente nadie vio esa riqueza. Su antepasado logró escribir unos jeroglíficos en unas rocas con latitudes y grados de orientación geográfica. Aun cuando trata de llegar siguiendo aquellas pistas, el narrador reflexiona toda la historia sobre las emociones que pudo sentir su abuelo mirando las estrellas en las noches despejadas con la seguridad de encontrar el triunfo de su existencia. ¿Hoy en día habrá alguien quien deje todo, incluso la familia para ir en busca de un tesoro perdido? Este es el clímax de la narración porque nos induce a cuestionar las obsesiones insulsas en la vida de una persona, aun cuando ya nadie cree en tesoros de piratas y bucaneros. Pero la insidiosa preparación de un viajé solo para esto, resulta banal. El narrador sabe que no encontrará nada, pero la emoción de seguir los rastros de un antepasado querido por su familia lo lleva al sentimentalismo para demostrar, simplemente, la validez de una leyenda. Entonces, nos encontramos frente a un objeto perdido donde solo el antihéroe, el narrador, es quien va a desestimar, al final de la obra, que la obsesión de su abuelo lo llevó a la destrucción de sí mismo.
Es una novela de aventura donde no hay bucaneros ni corsarios, pero existe la emoción de continuar esa atracción hacia lo desconocido. Tiene un toque del cuento de «El Escarabajo de oro» de Allan Poe, pero con la diferencia que no se encuentra nada. Es acabar con las creencias sobre búsquedas infructuosas, ya que el narrador cuestiona a los diferentes aventureros quienes con interés personal arribaron a la isla en los siglos XVIII y XIX. La búsqueda de tesoros no es factible en un mundo donde la ciencia, en relación a las personas, va en otra dirección: El cosmopolitismo. En consecuencia, «Viaje a Rodrigues» es una historia entrañable del narrador donde solo se deja llevar por el fluir de la conciencia mientras recorre tierras abruptas siguiendo las huellas de un pasado histórico, inmerso en el subjetivismo de una vida reencontrada.