Anunciado como “el más moderno de Latinoamérica”, el nuevo Aeropuerto Internacional Jorge Chávez representa una inversión de 2,000 millones de dólares. Simboliza la magnitud de la infraestructura, pero no la identidad del país que la alberga. Su diseño, lejos de reflejar la riqueza cultural del Perú, se limita a guiños decorativos. Uno de ellos: una imagen mal ubicada de la danza de los Negritos de Huánuco en un panel promocional. De ese modo, la cultura queda reducida a ornamento, desprovista de contexto, profundidad y significado: un recurso visual útil, pero superficial.
“El aeropuerto es la primera y la última imagen que se lleva un visitante a nuestro país. Debería reflejar su identidad y su riqueza cultural”, advirtió Lourdes Giusti, decana del Colegio de Arquitectos del Perú. En lugar de ello, el nuevo aeropuerto, según describe:
“es una gran caja llena de tijerales metálicos, que podría ser un galpón o un almacén”.
Las críticas no se limitan únicamente al estilo arquitectónico, sino a una decisión más profunda: privilegiar la eficiencia sobre el simbolismo, lo funcional sobre lo identitario. Para Marta Morelli, vocera del Colegio de Arquitectos:
“no puedes reducir toda la carga de identidad a un objeto añadido a un espacio”.
En su opinión, el proyecto evidencia la escasa exigencia en términos de visión cultural desde el inicio mismo del proceso de diseño.
El decano de Arquitectura de la UCAL, José Ignacio Pacheco, va más allá. En su análisis, subraya que
“un aeropuerto internacional es una carta de presentación… su diseño comunica un mensaje inmediato y potente sobre cómo una nación se percibe a sí misma y cómo desea ser percibida por el mundo”.
Critica la forma genérica del edificio, que “podría estar en cualquier parte del planeta” y denuncia la ausencia de una arquitectura capaz de articular el espíritu del tiempo con la memoria colectiva.
El impacto cultural no se limita a lo arquitectónico. En las inmediaciones del aeropuerto, un panel confunde la danza de los Negritos —ícono festivo de Huánuco— con el carnaval de Tacna, lo que para expertos en folclore, va más allá de un simple error gráfico: representa una forma de simplificación cultural. Cada danza tiene una raíz geográfica y simbólica; asociarlas erróneamente distorsiona las identidades regionales. Convertir expresiones culturales complejas en postales genéricas debilita el vínculo entre territorio, memoria y representación.

A eso se suma el apuro por embellecer el entorno con paneles florales en la avenida Morales Duárez, la única vía de acceso al terminal, para cubrir el descuido urbano. Detrás del decorado, quedan décadas de abandono estructural. La estrategia es clara: mejorar la foto para la inauguración, no el fondo.

“No se puede hablar de modernidad si lo que mostramos al mundo es una infraestructura desconectada del país que representa”, sentenció Giusti.
En un país con una de las culturas más diversas del planeta, reducir la identidad a un collage de imágenes y a una caja metálica bien iluminada es más que una oportunidad perdida: es el reflejo de un modelo que pone lo cultural al final de la lista de prioridades. Y ese mensaje, inevitablemente, también viaja con cada vuelo que despega.
Redacción por Germain Soto