miércoles, noviembre 12, 2025
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José Portugal Catacora: el maestro que enseñó con cuentos y sembró dignidad

Decían que sabía contar cuentos. Que su voz tenía el ritmo exacto para captar la atención de los niños. Que, incluso antes de dominar la gramática castellana, ya tejía relatos con las fibras de su memoria aimara. Fue ese don —el de narrar desde el corazón— el que llevó a José Portugal Catacora a convertirse no solo en pedagogo, sino en uno de los últimos maestros indigenistas del Perú.

Nació en Ácora, Puno, en 1911, hijo de Eusebio Portugal y Germana Catacora. Su vida se inició en el cruce de dos mundos: el mestizo y el indígena. Como recuerda su hijo Carlos Portugal, “mi padre se crió en ambos mundos, el mestizo (de parte de papá) y el aimara (por parte de mamá). A los 9 años aprendió el castellano, cuando empezó a ir al colegio”.

En aquella época, el colegio de Ácora solo ofrecía clases hasta el tercer grado de primaria, así que tuvo que repetir ese mismo año una y otra vez. Pero no se rindió. A los 16 años, ingresó a la Escuela Normal anexa al Glorioso Colegio San Carlos, donde se formó como maestro. Allí le dijeron por primera vez que servía para enseñar, que tenía una habilidad natural con los niños. Él la abrazó con humildad y vocación.

Durante esos años de formación, tuvo una influencia decisiva: Julián Palacios, maestro indigenista que promovía el uso de la lengua materna en la educación. Esa idea —radical en su momento— se volvería el núcleo de toda su pedagogía. Portugal Catacora no solo absorbió esa visión: la expandió.

Fue parte del Grupo Orkopata, un movimiento vanguardista de intelectuales puneños que revolucionaron el arte, la literatura y la educación en el sur del país. Desde esa influencia, comenzó a construir una escuela distinta: una escuela nueva, centrada en el niño, en su entorno rural e indígena, en su lengua originaria y en su mundo interior.

“No había exámenes de conocimiento, sino evaluaciones psicopedagógicas para ver cómo iba evolucionando la capacidad de aprender, no el conocimiento”, explica su hijo Carlos. En otras palabras, Portugal no evaluaba respuestas, sino procesos. Y proponía algo que aún hoy suena revolucionario: que los niños debían aprender primero en quechua o aimara, y luego en castellano.

En 1947, fundó el Instituto Experimental de Educación de Puno, con el apoyo de José Antonio Encinas, entonces senador. Allí aplicó sus ideas más transformadoras: una educación sin castigo, sin autoritarismo, con respeto por la cultura indígena, y centrada en el desarrollo emocional y cognitivo del niño. Permaneció como director hasta 1957, cuando llevó su experiencia a Lima, invitado por el historiador Jorge Basadre, entonces Ministro de Educación.

En la capital trabajó en el Ministerio, obtuvo becas en el extranjero y nunca dejó de aprender. En palabras de Carlos: “Encinas aportó mucho con la teoría de la escuela nueva y mi papá encontró que muchas de las teorías proponían la educación espontánea. Entonces juntó ambas ideas”.

Pero no solo enseñaba en el aula. También contaba que desde niño, los libros habían sido tesoros escondidos. En su casa solo había uno, y estaba bajo llave. Aprendió a forzarla para leer a escondidas. Con los años, esa pasión por las palabras creció, y se convirtió en una necesidad: recopilar y publicar las historias del altiplano, para que no se pierdan.

En 1937, publicó su primer libro: “Niños del Kollao”, una obra fundacional de la literatura infantil peruana. Relatos como “El Diablo de Poblacho”, “El número trece” o “La chita Panchita” revelaban un mundo mágico, profundamente arraigado en la oralidad andina. “Todos sus libros tienen que ver con la educación del niño y que siga vigente la cultura indígena”, recuerda su hijo. “Mi papá tenía una obsesión porque nosotros aprendamos mitos y leyendas”.

Años después, en 1952, publicó “Tierra de Leyenda”, con leyendas de cada provincia de Puno. Su bibliografía es vasta, y abarca tanto cuentos como artículos pedagógicos. Dirigió revistas como El Educador Andino, Puno Pedagógico y Repertorio Pedagógico.

El escritor Danilo Sánchez Lihón lo describió así:

“Es de aquella estirpe de maestros que unieron pedagogía a literatura, la ciencia y el arte, la realidad y la utopía, lo profesional a la lucha y al activismo social”.

Portugal Catacora vivió con una disciplina férrea. Al cumplir 80 años, decidió cerrar el ciclo: guardó sus documentos, fotos y libros en un archivador metálico, lo cerró con llave y se lo entregó a sus hijos. “Algún día serán de utilidad”, dijo. Nunca volvió a escribir.

Murió a los 87 años, en Lima, en 1998. Su legado, sin embargo, sigue vivo en cientos de maestros y maestras que ven en su obra una semilla para una educación más humana, más respetuosa de las culturas originarias, más cercana al niño.

Y quizá, más que cualquier manual o discurso, ese sea su mayor aporte: enseñar desde la ternura, el respeto y el cuento contado al caer la noche.

Redacción por Germain Soto

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