En un mundo saturado de imágenes, donde cada fotograma parece competir por captar la efímera atención del espectador, Jerónimo Atehortúa propone una aproximación radical: mirar hacia el pasado para construir el futuro. Su clase maestra, “Una Arqueología Especulativa”, presentada en el marco del Encuentro Latinoamericano de Cine de No Ficción Corriente, no solo fue un ejercicio técnico y filosófico sobre el archivo, sino también una invitación a reflexionar sobre la esencia misma de crear en un mundo donde las historias personales no siempre son el motor de la narrativa.
En un momento de la sesión, Jerónimo lanzó una frase que resonó con fuerza: “No sé si estoy vacío, pero no tengo nada que contar sobre mí. Entonces, ¿significa eso que no debería hacer películas?” Estas palabras, aparentemente sencillas, encierran una inquietud profunda que atraviesa a muchos creadores contemporáneos. ¿Debe el cineasta ser siempre el protagonista tácito de su obra? ¿Qué ocurre cuando la narrativa personal no se siente relevante o suficiente?
Para quienes, como yo, se sienten más cómodos construyendo mundos abstractos que hablando directamente de sí mismos, esta reflexión resultó particularmente significativa. Jerónimo plantea que el cine, lejos de ser un mero espejo del yo, puede convertirse en un espacio donde las imágenes del pasado se reactualizan, donde los fragmentos de archivo toman vida nueva y cuentan historias que trascienden a sus creadores.
El archivo como materia viva
Atehortúa, nacido en Medellín y autor de Los Cines Porvenir, se ha consolidado como una de las voces más importantes en el cine latinoamericano gracias a su enfoque en el archivo. Obras como Mudos Testigos, su ópera prima codirigida con Luis Ospina, son prueba de su habilidad para transformar fragmentos del pasado en una narrativa cinematográfica profundamente contemporánea.
La proyección de Mudos Testigos en el Centro Cultural Peruano Norteamericano de Arequipa fue un ejemplo contundente de su trabajo. A través de un meticuloso ensamblaje de registros cinematográficos de los inicios del cine en Colombia, la película logra no solo evocar la nostalgia de un tiempo perdido, sino también resignificar esas imágenes, dándoles un propósito nuevo en un contexto moderno. Es un Frankenstein cinematográfico: un ser compuesto de fragmentos muertos que cobra vida al ser ensamblado.
Reflexiones sobre el archivo
La clase maestra no solo abordó aspectos creativos del uso de archivos, sino también cuestiones prácticas y éticas. Atehortúa habló de las implicancias legales del uso de material de archivo, las restricciones impuestas por los derechos de autor y los altos costos asociados al uso de estas imágenes. Estas barreras, sin embargo, no deben ser vistas como obstáculos insuperables, sino como desafíos que obligan al creador a repensar su relación con el archivo y a buscar nuevas formas de trabajar con él.
Un aspecto particularmente interesante de la sesión fue la idea de que los archivos son máquinas del tiempo. Según Atehortúa, al emerger en un contexto diferente al de su producción original, los archivos pierden las marcas temporales que los definían en su época, revelando nuevas capas de significado. Este proceso no es simplemente técnico; es profundamente filosófico, pues plantea preguntas sobre la naturaleza del tiempo, la memoria y la historia.
En el cine de Atehortúa, el archivo no es un simple recurso estético o narrativo. Es, ante todo, una forma de resistencia. Resistir al olvido, a la homogenización cultural, a la imposición de narrativas hegemónicas. Al trabajar con archivos antiguos, Jerónimo no solo rescata imágenes olvidadas, sino que también desafía las estructuras tradicionales de la narración cinematográfica, proponiendo un cine que es tan fragmentado como el mundo que busca representar.
Un impacto duradero
La clase maestra de Jerónimo Atehortúa fue más que una lección sobre cine; fue una experiencia que llevó a los asistentes a replantearse lo que significa ser un creador. En mi caso, su reflexión sobre la ausencia de historias personales como motor creativo me permitió reconciliarme con mi propia forma de trabajar, donde los mundos abstractos y las narrativas indirectas son el vehículo para expresar una visión del mundo.
En un tiempo donde el cine parece obsesionado con lo personal y lo autobiográfico, Jerónimo Atehortúa nos recuerda que las grandes historias pueden estar enterradas en los fragmentos del pasado, esperando a ser descubiertas, resignificadas y traídas al presente. Y en ese proceso, los cineastas no solo crean películas, sino también un diálogo vivo entre el ayer y el hoy.
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Redactado y locución por: Carlos Mauricio Alvarez @ambrossiox