José Alejandro Álvarez Chávez trabaja desde su estudio ubicado en el quinto piso del Edificio Arequipa, donde desarrolla una obra que captura la esencia del paisaje y la arquitectura de su ciudad natal. Su técnica predilecta, el stippling en acuarela, le permite plasmar con precisión y sensibilidad los matices de la luz y el color que caracterizan a Arequipa.
“Acá estoy 35 años, soy pintor-arquitecto, o sea, ambas cosas. No es que sea pintor y aparte arquitecto. Mi obra es una pintura que tiene mucho de arquitectura y mi arquitectura tiene mucho de la pintura.”
Sus pinturas más conocidas se centran en paisajes urbanos y naturales de Arequipa. Esta técnica, le permite trabajar una estética neoimpresionista con precisión sobre la luz y las atmósferas. Obras como Pastos (Parque Selva Alegre) o Volcán Misti muestran una aproximación visual que parte del dibujo técnico, pero se extiende hacia una mirada subjetiva del entorno.
“Mi obra busca sensaciones que nos hagan pensar en lo que nos conmueve”, explica.
Álvarez identifica tres conceptos clave para entender su propuesta: espacio, color y tiempo. Estos elementos también están presentes en sus referencias urbanas, como el Monasterio de Santa Catalina. Su trabajo no se centra en la representación literal, sino en la construcción de una experiencia visual.
Desde 1999, ejerce como docente en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y en la Escuela Superior de Arte Carlos Baca-Flor. Ha participado en exposiciones individuales y colectivas en el Perú y en el extranjero. En Arequipa, integró muestras como «Arequipa, luz, color y expresión», organizada por el Centro Cultural de la UNSA. Sus obras también figuran en colecciones privadas y espacios institucionales.
Además de su trabajo plástico, Álvarez mantiene una posición crítica sobre el consumo de arte en la ciudad. Asegura que, aunque la construcción inmobiliaria ha crecido a gran escala en Arequipa, el interés por el arte no ha seguido el mismo ritmo:
“Se han vendido unos cincuenta mil o sesenta mil departamentos en Arequipa en los últimos años, pero si se han vendido cien cuadros es mucho. La proporción es de uno a mil”, señala.
Desde su perspectiva, esto revela una desconexión entre la vida cotidiana y el valor simbólico del arte:
“Lamentablemente en el Perú casi nadie consume arte. Pueden comprarse tres o cuatro departamentos, pero a ninguno de ellos le compran un cuadro. No tienen la idea de que un cuadro cambia todo tu espacio. Un cuadro no es que solo está ahí: lo puedes ver y al día siguiente ves otra interpretación. Es algo profundo.”
Ese objetivo de interrelación con su trabajo lo ha llevado a continuar exponiendo, enseñando y produciendo, sin interrupciones, durante más de tres décadas. Su trabajo apunta a abrir un espacio de reflexión en torno a la forma en que habitamos y miramos la ciudad.