En el centenario de su nacimiento, el Ministerio de Cultura le otorgó de manera póstuma la Orden de los Grandes Maestros de la Cultura Peruana y declaró su obra como Patrimonio Cultural de la Nación, reconociendo su papel crucial en la construcción de una ciudadanía intercultural.
“Nicomedes Santa Cruz Gamarra ha contribuido a transformar imaginarios sociales, generando nuevas formas de pertenencia, orgullo y ciudadanía intercultural”, reza la resolución oficial.
El homenaje no solo celebra su trayectoria, sino también su persistente vigencia en un país donde la lucha contra la discriminación y el olvido aún continúa.

El hombre y la voz
Era alto, de mirada chispeante, bigotes espesos y voz estentórea. En los 60 y 70, su presencia en la radio y la televisión peruanas era inconfundible. Pero más allá de su imponente figura, Nicomedes fue un artista integral que supo convertir la poesía en una herramienta de memoria, denuncia y resistencia.
Nacido el 4 de junio de 1925 en el barrio de La Victoria, Nicomedes creció entre los ritmos de la zamacueca, la marinera y las décimas de socavón. Su madre fue su primera influencia, pero fue el mítico Porfirio Vásquez quien lo guió hacia la creación de décimas —esa forma poética de diez versos octosílabos heredada de España y transformada por los afrodescendientes del norte chico en arte popular y político.
Con talento y determinación, Santa Cruz se convirtió en maestro del verso y la escena. A lo largo de su vida cultivó con igual pasión la poesía, la actuación, el periodismo y la musicología, siendo una figura versátil cuya voz cruzó géneros y fronteras. En Ritmos negros del Perú, uno de sus trabajos más conocidos, recitaba con fuerza desgarradora:
“De África llegó mi abuela / vestida de caracoles,
la trajeron lo’españoles / en un barco carabela,
la carimba fue su cruz.
Y en América del Sur / al golpe de sus dolores
dieron los negros tambores / ritmos de la esclavitud.”
De La Victoria al mundo
Su obra —que incluye piezas como No me cumbe, Inga, Son de los diablos, Cumanana y Antología: décimas y poemas— está registrada en Indecopi y ha servido como vehículo para reconstituir la memoria afroperuana. Desde Lima hasta Madrid, donde falleció en 1992, su voz cruzó fronteras.
Este centenario también sirve para revivir aquellos versos que muchos peruanos aún llevan grabados en la memoria colectiva, como:
“A cocachos aprendí / mi labor de colegial / en el colegio fiscal / del barrio donde nací”, o “Cómo has cambiado, pelona / cisco de carbonería / te has vuelto una negra mona / con tanta huachafería”.
Pertenecen al repertorio emocional de generaciones que crecieron entonándolos en las aulas o escuchándolos en casa, como si fueran parte natural de su propia voz.
La declaratoria oficial del Estado Peruano destaca que su legado «sentó las bases de una identidad afirmativa frente a los procesos de exclusión racial», y sigue siendo una herramienta para las políticas públicas de memoria, justicia y diversidad.
Más que homenaje, compromiso
Durante la ceremonia de homenaje, el ministro de Cultura, Fabricio Valencia, subrayó que este centenario debe servir como una plataforma para seguir visibilizando el aporte afroperuano. “Es una importante oportunidad para el desarrollo de acciones a nivel nacional e internacional que permitan visibilizar los aportes de este pueblo… representando un llamado a la reflexión por el respeto hacia la diversidad étnica en el Perú”, afirmó.
El Estado, además, reafirmó su compromiso con la Política Nacional del Pueblo Afroperuano al 2030, centrada en garantizar sus derechos económicos, sociales, políticos y culturales. En ese marco, Nicomedes no solo es un ícono del pasado: es un faro presente para el futuro de nuestro país.
Un eco que no muere
Cien años después, Nicomedes Santa Cruz no descansa en la memoria: sigue cantando, denunciando, zapateando, escribiendo. Sigue diciendo en voz alta lo que otros prefieren callar. En cada décima suya, hay una historia rescatada del olvido; en cada verso, una herida abierta que encontró dignidad.
Hoy que el Perú aún busca reconocerse en todos sus colores, su voz retumba como un tambor antiguo que no ha dejado de sonar.
Y si algo está claro a cien años de su nacimiento, es que quienes luchan por los derechos del pueblo afroperuano siguen caminando sobre los pasos que abrió. Son hijos de su palabra, herederos de su voz. Porque Nicomedes no solo marcó un quiebre en la historia cultural del Perú: sembró un porvenir menos áspero, más digno, más nuestro.
Redacción por Germain Soto