Corría el año 2014. De un bar ubicado en la famosa esquina verde del malecón Santa Rosa, en el distrito de Paucarpata, salieron tres muchachos en estado de ebriedad. Tres jóvenes universitarios cuyo único delito era ser estudiantes de ciencias histórico-sociales en un país sin identidad ni memoria.
Tambaleándose y vociferando sus ideales y frustraciones en plena noche, de repente los alcanzó el sonido de un destino fatal. Salvo que esta vez no fueron los acostumbrados balazos que retumban en las típicas historias policiacas de la ciudad, sino los melódicos acordes de un himno de la cumbia peruana, “Elsa”. Apenas lo escucharon, supieron que debían formar su propia banda criminal, con la cual defenderían lo único que llenaba de significado sus malgastadas vidas, la poesía. Así nació “La Chimba”.
Pronto, el delirante colectivo literario fundado por Richard Apaza, Mauricio Arroyo y Gabriel Cuba realizarían sus primeros atracos poéticos. Con un discurso informal y anti canónico, arremetían en los eventos que organizaban la Escuela de Literatura de la UNSA y otros grupos culturales de la ciudad, a los que señalaban de elitistas.
Su postura social de la poesía, influenciada por autores como Guillermo Chirinos Cuneo, Oswaldo Reynoso y Juan Ramírez Ruiz, a la cual se sumaba una inclinación por la cultura chicha y los preceptos del grupo poético Hora Zero, empezó a ganar adeptos en la ciudad, mientras que en la academia aumentaba su reputación de aficionados bulliciosos.
Así es como pasaron por sus filas un sin número de escritores nóveles como Álvaro Cortez Montufar, Cristal Alarcón, Gabriela “Andrómeda” Salas, Jorge Qenta, César Spencer, Eric Aguirre y últimamente Andrés Gutiérrez Calizaya, Freddy Denver, Eric Huarca, entre otros, con los que publicaron poemarios y revistas de poesía desde el año 2015 hasta el 2021, en que sacaron su última publicación.
La demanda de una poética más cercana al pueblo los llevó a realizar recitales en mercados, como el Avelino, así como en zonas alejadas de la ciudad como Cono Norte, donde paseaban con un megáfono en la mano, leyendo poemas de su autoría. También, es recordado su evento denominado “Takanakuy poético” en la Plaza de Armas de Arequipa, que terminó con una gresca contra la fuerza policial.
Pero quizás la hermandad más celebrada por los mismos “chimberos” es la que forjaron con el grupo poético “Los Tajos” de la Universidad Nacional Federico Villarreal de Lima, con quienes coincidieron en un evento nacional de colectivos poéticos celebrado en Arequipa el año 2017 y organizado por el extinto “Colectivo 14” fundado por Lily Sánchez.
“Recuerdo que después del evento, todos los participantes fuimos invitados a hacer un brindis en el local Zorbas de la Av. Dolores. Los grupos limeños comandados por Efraín Altamirano y el colectivo ‘Durazno Sangrante’ pidieron whiskey. Nosotros no teníamos dinero suficiente y salimos a tomar a la calle. Es ahí cuando nos acompañaron los tajos, porque se dieron cuenta que compartían la misma situación económica que nosotros”, recuerda Richard Apaza.
“Ya en la calle, compramos Piedra y nos emborrachamos. En un instante, los ánimos se caldearon, y entre nosotros nos retamos para ver cuál era el grupo más rayado” comenta sin tapujos Mauricio Arroyo. “Fue cuando Gabriel decidió poner fin a la discusión pegando golpes al suelo con su cabeza, exclamando: ¡Odio a la tierra! ¡Me llega al pincho el mundo! ¡Lo he visto todo, pero nunca he visto a Dios! A lo que los limeños solo pudieron aceptar su derrota.”
Hoy en día, el grupo que cuenta con un reconocimiento a nivel nacional por pares de otras ciudades como Filonilo Catalina, Leo Cáceres, Omar Lívano, Antonio Chumbile, Miguel Urbizagástegui, entro otros, recuerda con humor los ataques que sus detractores formulaban contra ellos, los cuales iban desde calificativos como alcohólicos, bohemios, hasta graves acusaciones que nunca fueron comprobadas, como proxenetas o delincuentes, y que provenían de fuentes anónimas que solo intentaban manchar una reputación que iba creciendo en contraposición a los círculos de la literatura oficial.
El pasado 20 de abril celebraron su décimo aniversario, toda una hazaña para un colectivo cultural en el país. El local escogido fue “El huerto de Faustroll” una vivienda campestre de Sabandía que se ha convertido en su cuartel, desde donde nuevamente entonaron a la noche sus escritos más recientes y antiguas glorias como “Karl Popper y el romance en Mariscal Castilla”, “Mi nombre es Mariano Melgar Quispe Cahuana”, “Ormeño Salaverry”, entre otros poemas de crítica social.
Juzgados por unos, alabados por otros, pero nunca ignorados. La Chimba se ha convertido, lo quieran o no, en un ícono contracultural de la escena arequipeña, y el secreto de su vigencia se lo acreditan a las vivencias que pasaron juntos, como un grupo de amigos, con la posibilidad de bromear, de compartir, de criticar sin tapujos, pero, lo más importante, de reconocerse y apoyarse.
“Nosotros somos la construcción de todos los que nos rodean. Nos acercamos a la literatura que nos gusta, pero no la imitamos. Creemos que el fin de reunirnos no es solo embriagarnos, sino discutir en un estado lírico acerca de las cosas importantes. A veces somos viscerales, pero hay cosas que se tienen que hablar así, de manera cruda. Esa es la esencia de La Chimba, el origen de nuestro lenguaje” sentencia Richard Apaza.
En esta época, tan caótica como muchas otras, La Chimba se afirma como una lámpara para los jóvenes poetas de la ciudad de Arequipa, ávida de grupos que critiquen la tradición literaria. Pero que, sobre todo, estén dispuestos “a vivir la vida de verdad…” como alguna vez les recomendó el ya fallecido y magnánimo escritor de Los Inocentes, Oswaldo Reynoso: “antes de pensar en escribir, póngase a vivir. Si no, ¿de qué chucha van a escribir?”
Por: Freddy Eduardo Aguilar Sánchez