Sábado, Diciembre 7, 2024
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Sigo siendo un ‘Proyecto Sin-Título’

Un incursionante en el periodismo, divaga de forma fragmentada sobre su estadía en una actividad que le incurría pensamientos fraternos.

fragmento 1

Detesto la estaticidad—que no estatal—del trabajo sentado, cuestión más o menos obvia que me evita el periodismo. Muchos bichos raros, para mí, se echan a los lechos de las oficinas y se enganchan en el pecho los corbatines maltrechos que yo mismo detesto. Si hablamos con hechos, yo no me enganché a los dieciocho a la idea de sacar provecho de ‘chambas’ convencionales. Yo no me mancho, pero sí escucho. Primero me ducho, tomo leche, me abrocho el cinturón, compro un pucho u otro capricho y camino derecho; por trechos estrechos entre los nichos del cementerio, hasta llegar al lugar de los hechos. Lo que otros ven desde sus techos, yo lo veo siempre al acecho, cuidadoso con mis cartuchos, mascando chicle mientras escucho los chismes del día.

Frase corta, punto. Funciona, pero no me convence. Frase larga, frase larga, interminable. Quizás vaya a mejor. Escribir es desparramarse en el papel o teclado. O convertir lo hablado en frases que se pierden entre mentes o entre líneas. Escribir es perderse, sin encontrarse, sino convertirse en algo más. La masa amorfa de letras, sintácticas, parabólicas o parábolas, que no paran de darle bola o bolas que no paran de ser amorfas formas de contar una historia.

Nada de esto es periodismo. O quizás sí. O quizás me digan que la “O” no va luego de la coma. No importa, porque esto no es periodismo. Sino testimonio. Epitafios de lo que un día fue, pero luego puede volver a ser, como la brasa que enciende el fuego dormido o el fuego que consume todo el bosque.

La frase, corta, pero nimia, mata la expectativa. Tan cualitativa la palabra, como cuantitativa la data, arrastran al ras las palabras para agrandarlas hasta acabar en bla bla bla. Está bien, te contaré una historia.

***

fragmento 2

—Consulté con la escuela y como había previsto, los cursos me imposibilitan. Me hubiese gustado continuar en el medio, pero las circunstancias me limitan. Gracias por la oportunidad.

—Está bien, ni modo. Y así acabo.

Acabaron las notas diarias yendo al mercado a preguntar los precios de las verduras, llegar a casa y redactar antes del cierre. Allí no había mucho periodismo rojo, poco muerto, mucha conferencia. No me alucino Alonso Fernández, tampoco Saúl Faúndez. Soy un anodino presumido tildado de pretencioso, con los ojos bien abiertos, el cerebro poco estimulado y sesenta por ciento del cuerpo, anhedónico.

Yo no he hecho mucho, aunque muchos digan que sí. He hecho lo que he querido, eso sí. Quizás por eso, yo no he hecho mucho. Quizás por eso no he durado ni en mis proyectos, ni en mis trabajos, ni en mis amistades—sin contarla a ella, claro está—.

Y podría escribir aquí, como otros, una crónica de inicio a fin sobre lo que pasó. Sobre ser un estudiante en busca de su vocación, pero no, yo no. Yo no tengo vocación, mi vocación es ser yo. Yo. Yo. Yo. Solipsista, sí, yo.

No diré que inicié en marzo. No diré que me contactaron por postular en un formulario. No diré que cubrí el libro de un fallecido. Ni que entrevisté, o a quién entrevisté. No diré lo que se puede ver, porque decirlo arruinaría la experiencia de buscarlo a consciencia. Lo sé a ciencia cierta. La puerta está abierta. Para quien quiera verla.

***

fragmento 3

Lo que esperan de mí, ya lo han esperado otros, así que no me sorprende. Pero sí se aprende, a romper las reglas en el último minuto de juego. Sin tiempos fuera, no hay tiempos muertos. He aprendido a seguir dándole curso. A agarrarme por los runtus y gritarme en el espejo: “Tú no tienes miedo, sal ahí y haz lo tuyo”.

He aprendido a preguntar, pero también a responder. He aprendido a aceptar, pero a negarme también.

Yo no diré lo que en redes se ve. Ninguna neurona normal notaría noveles noticias naciendo. Me perdí mucho, porque como dije, escribir es perderse. Volcarlo todo, para vaciarse y ser nada. Pero como es imposible ser nada, o es imposible siempre serlo, devenimos en algo distinto. Por envase vacío, por lo menos en algo similar a lo mismo, tal vez en algo mejor.

Siempre he estado por estos caminos. En lo visual, sobre las tablas, en las pantallas, en las imágenes sobre celuloide. Siempre he estado por estos caminos. ¿Por qué habría de ser distinto?

***

fragmento 4

Remedando a Iván Tubau, la cuestión de entendimiento, se ubica por defecto, en estudiar lo que llamamos cultura, en lo que llamamos prensa; pero cultura podría ser cualquier cosa, mientras que prensa podría ser cualquier papelito vendido en el quiosco de tu preferencia.

Pero, Mauricio, la cultura no podría ser cualquier cosa. Y yo citaría al queridísimo Gusteau, para decirte, pero se puede encontrar cultura en cualquier lugar. Sí, sí, pero no es lo mismo, Mauricio. Porque claro, qué pensó la primera persona que dijo: ¡Ja, claro, eureka, esto es periodismo cultural!

Yo no lo sé. Quizás tú sí. Pero como la prensa, incluso en digital en estos momentos, es unidireccional, te callas y sigues leyendo.

Claro que depende de dónde lo veas. Dudo que, como Vladímir Ilích Uliánov— luego buscas quién es—te considerases un bárbaro confeso frente al arte nuevo,

pues el arte y literatura deben ser parte de la causa general de lo que él defendía en partido.

¿Serías, acaso, más trotskiano? Porque desde ese punto de vista, qué tanto les gusta a los tiktokers de hoy en día, en una faceta de un proceso histórico objetivo, el arte es siempre servidor de la sociedad, que es útil a la historia.

Será más difícil ponernos de acuerdo, pero sí que hay una consideración más o menos definida de aquello que puede salir y aquello que no. Aquello que va en línea editorial, y aquello que es mejor dejarlo fuera. No porque no sea arte o porque no sea cultura. Simplemente es mejor dejarlo fuera, no me lo pregunten a mí.

***

fragmento 5

Me dijeron, durante clases—infames clases virtuales—, que yo era un escritor pretencioso. Obviamente, soy pretendiente de la ataraxiada invariabilidad del cuerpo. Que no tiene nada que ver con las letras que escribo. Incluso escribo contraseñas contra esa meta metafísica espiritual.

Que sí, que soy pretencioso, pero no presuntuoso. Porque pretendo ser más, pero sin presunción de no tener las bases previas para aspirar a serlo. Que sí, que puedo escribir la frase corta punto, responder las preguntas básicas de la entradilla, que puedo hacer la bajadita y el titular.

Pero como escuché hace poquito: “Quiero que el lector se meta, se identifique. Que esto le pudo pasar a él. Todos los días se muere alguien, eso no es novedad. Tienes que hacer que parezca el primero y para eso tienes que encontrar un ángulo diferente, uno personal”. Y no se trata de mentir, por convivir. No se trata de decir “qué bonita tu exposición”, porque si no lo es, o no sale para no herir sentimientos o sale implacable sin remordimiento. Eso no borrará mi imperturbable inalcanzada ataraxia.

Yo nunca nunca me presenté como periodista, a menos que no me quisieran dejar pasar a algún sitio. Yo nunca nunca saqué mi credencial para coger bocaditos de la mesa, los agarré siempre sin credencial. Yo nunca nunca he ido a una entrevista sin preguntas o con preguntas vacías.

Soy el más probable de abandonar el barco, pero también el más probable de haberlo querido más que el resto. Soy el más probable de huir corriendo, pero también el más probable de volver con refuerzos. Así es, soy un todólogo que incursionó en el periodismo y sigue vivo. Vivo para seguir haciendo periodismo.

Escrito por Carlos Mauricio Alvarez @Ambrossiox

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