Hacer un festival cultural en Arequipa es, sin exageración, una odisea. Si bien la ciudad ha ganado reconocimiento como un destino cultural y turístico, la producción de eventos culturales enfrenta desafíos significativos que van más allá de la mera logística. Se trata de lidiar con una mezcla de estructuras conservadoras, presupuestos limitados y una comunidad cultural emergente que, aunque vibrante, a menudo carece del apoyo necesario para alcanzar su verdadero potencial.
El ejemplo más emblemático es, sin duda, el Hay Festival, una importación británica que ha encontrado en Arequipa un hogar inesperado. Este evento internacional atrae a algunos de los nombres más destacados de la literatura y el arte, colocando a la ciudad en el mapa global de la cultura. Sin embargo, como toda obra humana, el Hay Festival no está exento de críticas. Algunos lo perciben como un evento elitista, donde los asistentes, más interesados en el networking que en la literatura, terminan reduciendo la experiencia a un ejercicio de snobismo.
Aunque estas críticas no carecen de fundamento, sería injusto minimizar el esfuerzo titánico que implica organizar un evento de esta magnitud. Más allá de los lujos aparentes, el Hay Festival es un ejemplo de cómo la gestión cultural puede tener impacto global, siempre que se cuente con los recursos y la infraestructura adecuados.
En contraste, Arequipa también alberga festivales más modestos pero igualmente valiosos, como el Festival Crisálidas. Este espacio feminista ha logrado destacar por su enfoque en las artes escénicas, audiovisuales y musicales, ofreciendo a sus becarias la posibilidad de explorar narrativas personales y disruptivas. En una ciudad tradicionalista, Crisálidas es un acto de resistencia cultural, una muestra de cómo las propuestas independientes pueden abrir nuevos caminos.
Otro ejemplo destacado es el Encuentro Corriente, dedicado al cine latinoamericano de no ficción. Con once ediciones a sus espaldas, este evento ha demostrado que la constancia puede ser una herramienta poderosa para consolidar proyectos culturales. Aunque no ostenta el título de “festival”, su impacto es comparable al de cualquier evento de gran envergadura, ofreciendo talleres, proyecciones y clases maestras que enriquecen tanto a los asistentes como a los realizadores.
Sin embargo, trabajar en la producción de estos eventos revela una realidad que pocas veces se discute: el sacrificio humano y material detrás de cada logro. Jornadas de más de 14 horas diarias, innumerables trámites y gestiones, presupuestos ajustados y una constante lucha por mantener la calidad frente a las limitaciones.
En este contexto, iniciativas como el Festival de Fotografía Enfoca, organizado por estudiantes y docentes del Instituto Tomás Jefferson, son ejemplos notables de cómo la autogestión puede dar frutos, aunque con restricciones. La falta de proyección y el limitado acceso a recursos son obstáculos reales que frenan su crecimiento, pero también subrayan la necesidad urgente de construir puentes entre gestores culturales, promotores y auspiciadores.
Es aquí donde el Estado debe jugar un papel central. En años recientes, los estímulos económicos para la cultura han sido una herramienta invaluable para la creación y sostenimiento de eventos culturales. Sin embargo, reformas regresivas y la falta de políticas públicas coherentes amenazan con desmantelar los pocos avances logrados.
Los festivales culturales no son solo espectáculos; son espacios para la formación de públicos, el desarrollo artístico y la creación de comunidad. En ciudades como Arequipa, donde las oportunidades para los artistas locales son limitadas, estos eventos representan una esperanza, un recordatorio de que el arte y la cultura tienen un lugar en nuestra sociedad.
Hacer un festival cultural en Arequipa es un acto de fe y resistencia. Es trabajar contra la corriente, enfrentando limitaciones económicas, institucionales y sociales. Pero también es una apuesta por el futuro, por una ciudad que, con todos sus desafíos, tiene el potencial de ser un epicentro cultural en el sur del Perú. Si queremos que ese sueño se haga realidad, debemos reconocer y apoyar el esfuerzo de quienes hacen posible que el arte siga floreciendo, contra viento y marea.
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Redactado y locución por: Carlos Mauricio Alvarez @ambrossiox