Por: Jorge Malpartida Tabuchi
En los siete años que viví en Lima me costó tenerle cariño a esa ciudad. No ayudó mucho su naturaleza nublada, su desorden ontológico y su peligrosidad que te hace sentir en una guerra permanente con los demás. Tampoco ayudaba mi trabajo por esos años: era reportero en un diario, en la sección Lima, así que todos los días recorría ese caos urbano para escribir sobre crímenes, atropellos, incendios y gente atrapada en el tráfico, la neblina y la sangre.
Pero leer los cuentos de Huaraca (Random House 2025), el nuevo libro de Luis Francisco Palomino, me ha reconciliado un poco con Lima. Con su caos, su violencia, su injusticia y esa llovizna que pareciera orinarte. En estas nueve historias, Palomino extrae ternura de una urbe que repele. Con su talento narrativo nos hace querer a esas calles feas, parchadas y orinadas. Sus ficciones no pintan un paraíso y tampoco camuflan la fealdad: sus escenarios siguen siendo atolladeros de buses y combis, puentes peatonales plagados de ambulantes, mercados mayoristas rizomáticos y viviendas subterráneas rodeadas de invasiones. Y en esos ecosistemas construye belleza y rescata tristes reliquias (como en el verso de Juan Gonzalo Rose) que no solemos ver entre la sobreposición de ruido y la contaminación visual de la Panamericana Sur.
Hay ternura en el cuento “La Liga de Campeones”, cuando padre e hijo, ya abandonados por la madre que se fue a trabajar al extranjero, juegan al fútbol en medio de la calle con una pelota remendada. Ellos, ahora huérfanos, resisten y se acompañan con lo que les queda de alma, aunque el padre no sepa qué hacer sin su pareja, y el hijo está realmente preocupado de quedar a cargo de ese hombre violento.
También hay ternura en “Gusanos”. La historia trata sobre un grupo de trabajadores de un mall que han perdido su identidad hasta el punto de llamarse como las marcas que publicitan (Adidas, Umbro, Bosch y Puma). En medio de la explotación laboral, los trabajadores-marca deben elegir entre hipotecar su vida por una vivienda, o proteger su barrio. Pero este barrio que Adidas, el protagonista, defiende no es una residencial bonita, o una casona con piscina y jardines, es una invasión en el desierto. No es un paraíso pero es el único hogar que conoce. Y ahí, otra vez Palomino, vuelve querible un basural incendiado. Y te compenetras y entiendes el dolor de sus personajes, así vivan como alimañas. O precisamente por eso.
Y hay ternura en “Subte”, el cuento protagonizado por esta taxista punkeke, antigua fan subterránea de Leusemia y Narcosis, que hace todo lo posible por conseguir una entrada para el concierto de los Jonas Brothers para su hija, su cachorra. Esto incluye robarles a sus pasajeros alcoholizados o exponer su seguridad al aceptar carreras hacia el otro cono de la ciudad. En todos estos pequeños actos de afecto de madres, padres y vecinos identificamos valor y resistencia, y es posible sentir cariño por sus escenarios y reconciliarse un poco con la imagen de Lima.
Hacia otros territorios
Otro elemento que hace significativo este segundo libro de cuentos de Palomino es el territorio que recorren sus historias. El autor voltea la mirada hacia otros espacios urbanos, otros distritos, más al sur de la capital. Ya estamos un poco saturados de esas historias miraflorinas sobre escritores que escriben una novela imposible o artistas que quieren ser artistas, pero su entorno no les deja ser artistas, y etc., etc., etc.
Aquí en Huaraca no hay eso. Palomino sitúa la mayoría de sus historias en San Juan de Miraflores (o en espacios adyacentes) y amplía la mirada sobre la vida urbana en esta Lima del siglo XXI. Pero este no es un gesto por narrar la periferia con exotismo o pena: él elige este territorio porque es su lugar más cercano, el que más conoce. SJM también es parte de la capital, un casco urbano con pollerías, chifas, malls y contaminación. Los mismos problemas que en la “Lima Moderna”, quizás un poco más desordenado, con mototaxis y sin un Wong a la vista. Y este cambio de escenario es enriquecedor y refrescante para nuestra narrativa.
Así como Arequipa podrá ser muy cucufata pero no es Roma, lo mismo hay que decirles a algunos escritores capitalinos: Limaflores no es potencia mundial, y esa costra de 10 millones de habitantes no es Londres, ni Nueva York, ni tampoco Berlín. No es el centro del mundo, menos del Perú, y es importante que nuestra literatura muestre otros territorios y se aleje de estos espacios que más parecen catálogos de Falabella. En cambio, Palomino pinta su cuadrante de Lima, con mar, discotecas y pistas parchadas, no por pose sino porque quiere darles naturalidad y entrañas a sus personajes que chambean duro, antes de soñar con el arte.
Esto puede verse en “Pista 9 – Intérprete desconocido”. Entre la nostalgia y la música descargada de Internet, este cuento situado a inicios de los 2000 nos muestra a jóvenes que pululan en institutos superiores, se emborrachan en la playa Barlovento, evaden la realidad conectados al videojuegos Los Sims y se relacionan con cirujanos plásticos de media caña. De más está decir, que este ciruja, en vez de presidentas tiene de clientas a vedettes. Las frustraciones y deseos de sus personajes se desarrollan y desbarrancan en ese tejido social suburbano que solo promete incertidumbre, como en cualquier otro rincón de las ciudades latinoamericanas.
Esta mirada hacia otros espacios (como ocurría en el primer libro de Palomino Nadie nos extrañará, publicado en el 2019) también es clave en “Ángel de lentejuelas” y “Cero papeletas”. Este último cuento, el más extenso de la colección, trata sobre un microbusero que quiere salvar al mundo desde su vehículo, cual si fuera el arca de Noé. En medio de su misión conoce a una cincuentona, pituca y con problemas maritales. Pero este personaje femenino no es un cliché como el de una película de Tondero. La pulsión de Palomino por renovar la mirada sobre Lima también se vuelca a reformar estereotipos. Es así como el autor construye una pituquería consciente, que trata de entender sus insuficiencias y aporta a la trama con algo más que disfuerzos y prejuicios.
En este punto vale mencionar la experiencia de Palomino como guionista de telenovelas. El melodrama y la parodia se insertan en este cuento para auscultar a nuestra sociedad desde contenidos culturales más populares. Creo que la telenovela “Mi vida sin ti” (en donde trabajó Palomino) nos puede dar materia prima y ayudar a entender nuestra literatura mucha más que otra novela sobre un artista al que no le dejan ser artista en un distrito en donde hay más galerías de arte que arte en sí, y etc. etc. etc.
Matices y desencanto
Esta escritura desde nuevos territorios y vitalizada con ternura se elabora con matices. Hay un contenido político y una crítica social a nuestro tiempo. Pero, sobre todo, existe construcción de personajes complejos (especialmente los femeninos), tramas y atmósferas. Este libro es recomendable porque se nota el cariño con el que está escrito, una querencia quizás maximizada por la distancia ya que el autor ahora reside en España en donde cursa un doctorado de Literatura.
Este esfuerzo por hacer querible lo que en apariencia no lo es, tampoco parte de la superioridad moral o la revuelta estética. Acá están las ganas de contar una historia desde los espacios que le han tocado conocer al autor, desde su época, como un autor – digamos– millenial, a inicios del siglo XXI y con una atracción por el desencanto.
Pero no un desencanto que solo se moviliza por la apatía, de quejarse de por qué nos han robado el futuro y qué estafados estamos con este presente. No, este es un desencanto con sabiduría, nutrido por el paso de los años, el oficio y los traslados internos y externos. En estas ficciones extraemos mucho más que solo decadencia. Los cuentos de Huaraca son una evolución del primer libro de Palomino. Se percibe su ambición y que está en camino de construir un proyecto literario mucho más complejo. Esta es mi invitación a leer sus historias. Porque acá hay un intento por buscar belleza donde no la hay, y una constatación de que es posible encontrar ternura y sapiencia en un espacio horrible, así este sea Lima la horrible.