jueves, septiembre 4, 2025
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El rol de nuestros abuelos en la sociedad

Reflexión de Caroline Melgar Carrasco sobre el papel de los abuelos en la familia y sociedad: su valor, legado y los retos ante la modernidad.

La palabra “abuelo” proviene del latín avus, que significa antepasado. Cuando pensamos en un abuelo, generalmente viene a nuestra mente la imagen de un hombre anciano, con arrugas en el rostro y cabellos grises o blancos. Ciertamente, no todos los abuelos son ancianos, ni todos los ancianos son abuelos; pero de algo estamos seguros: los abuelos no son personas jóvenes.

Esta aclaración, necesaria para este artículo, tiene como finalidad reflexionar acerca de la figura social de los abuelos, como signos vivientes del pasado. No es lo mismo decir “anciano” que “viejo”, por ejemplo; y no únicamente por el uso común de la palabra, sino por su propia etimología.

En el libro Familia y ancianidad,publicado por la Universidad Católica Argentina, las autoras resaltan que la palabra “anciano” nos acerca a lo antiguo, haciendo énfasis en aquello que se guarda; mientras que la palabra “viejo” nos remite a vetusto: aquello que se desecha.

Teniendo en cuenta este planteamiento, podemos afirmar que ser abuelo en una sociedad moderna y utilitarista es un riesgo. No por las propias contingencias de la edad, como son las enfermedades físicas o los males cognitivos, sino porque socialmente representan todo aquello que “no es útil”.

En las familias, muchos abuelos fungen de padres, llevando a los nietos a la escuela, cocinando para ellos o ayudándoles en las tareas. Incluso, podríamos decir que con la modernización y el tiempo escaso que pueden pasar los padres en casa, los abuelos han asumido un rol protagónico en el cuidado de la infancia.

Sin embargo, luego de unos años, esos mismos abuelos son vistos como una “carga” cuando dejan de ser útiles para sus hijos. Lamentablemente, algunas familias descubren con incomodidad que los adultos mayores tienen sus propias necesidades, reduciendo su valor a la capacidad de alivianar las responsabilidades paternas de sus hijos.

El problema se agrava cuando pasan de dar ayuda a necesitar ayuda. ¿Cómo pedir una licencia en el trabajo para cuidar de nuestros abuelos? No hay descanso médico para eso, ni causa formal que lo justifique.

Esta realidad, presente tanto en las familias como en el ámbito laboral, se evidencia también cuando analizamos las políticas públicas respecto a los ancianos. En algunos países, a los cuales llamamos “desarrollados”, se les considera un gasto social, pues los abuelos “no aportan nada”. No trabajan, por lo tanto, no producen. Al contrario, usan sus seguros de salud, sus pensiones de jubilación y dependen de los impuestos que pagan los adultos en su actividad laboral.

En este escenario, peligroso para una economía enfocada en la productividad y la eficiencia, los abuelos son un problema. El eufemismo de “muerte digna” aparece, entonces, como una opción para regular su población: menos ancianos, menos gasto.  En 2023, más del 80 % de las personas que recibieron eutanasia en Canadá eran mayores de 65 años.

Sin embargo, aún en los países donde no se ha legalizado esta práctica, existe una eutanasia oculta representada en la cultura del descarte de ancianos. Esto ya lo había advertido el papa Francisco en 2014, durante la Jornada Mundial de los Adultos Mayores, haciendo un llamado a redescubrir la vocación en los últimos años de vida, comprendiendo que la vejez es una bendición y no una etapa de naufragio de la vida.

Aunque resulte paradójico, los abuelos son también un reflejo del futuro, porque nos recuerdan que todos vamos a envejecer. Los abuelos huelen diferente, comen diferente, caminan diferente. Nos recuerdan que la vejez es inevitable e irreversible, nos enfrentan con la finitud del cuerpo y, en consecuencia, cuestionan nuestra soberbia.

Los abuelos nos recuerdan los valores del siglo pasado y la fe, por eso también incomodan. Y lo hacen aún más porque uno ve que funcionan, que justamente así llegaron a viejos, y que, a pesar de los problemas, pueden vivir una vejez sin remordimientos. Son ese amor maduro que pasó por todo y que se encuentra con la vida cara a cara, para entender que, al final, seremos juzgados en el amor.

Finalmente, los abuelos nos regalaron a nuestros padres. De hecho, es eso precisamente lo que los convierte en nuestros abuelos; pero, a veces, no nos detenemos a pensarlo. Nos dieron tíos y primos, incluso indirectamente hermanos. Construyeron la familia, creyeron en la familia y ese es justamente el mayor legado que nos han dejado.

(*) En memoria de Olga Zúñiga Delgado, Vda. de Carrasco.
Mgtr. Caroline Melgar CarrascoProfesora del Departamento de Psicología de la Universidad Católica San Pablo

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