En la Ciudad Blanca, la Semana Santa ya no se vive con la solemnidad de antaño. Las procesiones se han vuelto escasas, los templos reciben menos fieles, y en lugar de incienso, hoy predominan las notificaciones y las escapadas de feriado.
Hubo un tiempo en que estos días santos se sentían incluso en el aire. La música se silenciaba, las calles se llenaban de recogimiento, y el Viernes Santo marcaba una pausa real. Aunque las campanas suenan, no todos las escuchan. La tradición se diluye, casi sin darnos cuenta.
Una adulta mayor que aún participa en las actividades religiosas lo expresa con melancolía: “Los jóvenes ya no creen como antes. Se ha perdido bastante.”
Esta percepción se repite en muchas otras voces. En el centro de la ciudad, algunos cargan imágenes con devoción mientras otros apenas registran que es Semana Santa.

Celebrar sin saber por qué
Uno de los grandes vacíos actuales tiene que ver con el conocimiento. Para muchos jóvenes, la Semana Santa se ha vuelto un feriado más.
“Si no sabes qué es, no tiene sentido celebrarlo”, nos dijo un estudiante universitario. “La gente va a la misa o a la procesión como rutina, pero no entienden el fondo. ¿De qué sirve entonces?”.
Esta desconexión no siempre es falta de interés. En un contexto donde lo simbólico se ha vuelto líquido, la espiritualidad ya no se vive solo en comunidad. La fe se ha vuelto silenciosa, íntima y en muchos casos, individual.
Hermandad que siguen a través paso del tiempo
Uno de los testimonios más claros sobre esta transformación lo dio Álvaro Carrasco Macedo, miembro de la Hermandad de Caballeros del Santo Sepulcro del Templo Santo Domingo y Convento de San Pablo.
Con firmeza, pero sin rencor, puntualizó: “Hoy en día ya no se valora como antes. Los ritos se repiten, pero a veces sin sentido. Ya no hay tanto compromiso con lo espiritual.”
A pesar de la menor visibilidad que tienen estas expresiones religiosas, su hermandad continúa cargando las imágenes, manteniendo el orden y cuidando los detalles. No por tradición vacía, sino por respeto a lo que representa. “Esto no es solo religión, es identidad. Es cultura arequipeña viva”, añadió Carrasco.

¿Qué nos está diciendo Arequipa?
No se trata solo de religión. La Semana Santa en Arequipa es también un termómetro cultural. Lo que está en juego no es únicamente la fe, sino la memoria colectiva, los espacios de encuentro, los símbolos que dan sentido. El problema no es que haya menos procesiones… es que a veces ya no sabemos por qué las hacemos.
Y aunque algunos quieran salvar la tradición como era, otros prefieren que se transforme. Tal vez no hay una respuesta correcta. Tal vez solo queda abrir los ojos y entender que las ciudades también evolucionan. Y con ellas, sus silencios.
Artículo de Camila Luciana Carpio Pacheco