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Crueldad bajo el disfraz de cultura: ¿Por qué el Congreso insiste en legitimar la violencia contra los animales?

En diciembre de 2023, la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural del Congreso de la República aprobó por mayoría el dictamen conjunto de los Proyectos de Ley N.º 2828/2022-CR y N.º 5492/2022-CR. Ambas iniciativas —presentadas por los congresistas Juan Bartolomé Burgos Oliveros y Jorge Luis Flores Ancachi, respectivamente— buscan reconocer a la tauromaquia y a las peleas de gallos y toros como manifestaciones culturales y expresiones del pluriculturalismo nacional. Esta aprobación preliminar ha reavivado un debate que enfrenta argumentos jurídicos, éticos, científicos y culturales en torno al trato hacia los animales en el Perú.

Lo que está en juego no es solo una práctica tradicional, sino los principios de una sociedad que dice valorar la vida, la integridad y los derechos de todos sus miembros, humanos o no.

El rechazo técnico: cuando la cultura colisiona con los derechos

El dictamen fue recibido con preocupación por diversos sectores institucionales. Uno de los rechazos más contundentes provino del Ministerio de Cultura, que a través del Oficio N.º 000590-2023-DM/MC emitió opinión desfavorable sobre el proyecto de ley. El ministerio argumentó que tiene competencia exclusiva sobre la declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación y que la redacción del artículo 1 del proyecto presenta ambigüedades. Además, subrayó que toda declaratoria debe respetar la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, la cual exige que las manifestaciones culturales sean compatibles con los derechos humanos y el desarrollo sostenible.

Desde el ámbito jurídico, el Colegio de Abogados de Lima también expresó su rechazo. En su Informe Jurídico N.º 001-2022-CEDA-DCYC/CAL, califica al proyecto como inviable por contradecir la legislación vigente, en particular la Ley Marco de Protección Animal. Además, recuerda que los animales son reconocidos en el Código Civil como seres sintientes. El informe añade un argumento que llama la atención por su profundidad moral: recurrir al «valor cultural» de estas prácticas para justificar su continuidad constituye un razonamiento circular basado en la ignorancia. Incluso se hace eco de la postura de la Iglesia Católica y del propio Papa Francisco, quien en su encíclica Laudato Si’ condena el maltrato animal.

En paralelo, el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (MINCETUR) se desligó del debate al señalar que carece de competencia para emitir opinión sobre el proyecto, remitiendo el tema exclusivamente al Ministerio de Cultura.

La voz de la sociedad civil: ciencia, ética y coherencia

A nivel ciudadano, la Coalición por los Animales del Perú (COLPA) —que agrupa a organizaciones como ARBA, ASPRA, UPA, Impulso Animal, ASF, entre otras— ha rechazado enfáticamente los proyectos de ley. Denuncian que la tauromaquia y las peleas de gallos y toros son formas de tortura disfrazadas de entretenimiento, cuyo fin último es el lucro, no la tradición. Amparados en la ciencia contemporánea, los animalistas recuerdan que tanto los toros como los gallos son seres capaces de sentir dolor, angustia y miedo, y que la exposición a estas prácticas normaliza la violencia y debilita la empatía social.

Y la ciencia respalda esta afirmación. Estudios neurobiológicos confirman que los toros, al igual que todos los mamíferos, tienen un sistema nervioso central complejo, capaz de experimentar dolor y estrés extremo durante las corridas. Los efectos fisiológicos de una lidia —taquicardia, hiperventilación, hemorragias internas, fallas multiorgánicas— no son diferentes a los que provocaría una tortura prolongada en cualquier ser humano. La “fiesta brava” se construye, en esencia, sobre la agonía y la muerte de un animal que no eligió participar.

Infancia y violencia: una herencia silenciosa

Más allá del sufrimiento animal, uno de los aspectos más ignorados en este debate es el impacto psicológico y social que estos espectáculos tienen sobre los menores de edad. Numerosos estudios en psicología y criminología alertan que la exposición infantil a la violencia hacia animales está directamente relacionada con el desarrollo de conductas antisociales, insensibilidad emocional y, en casos graves, trastornos de personalidad o criminalidad futura.

El psicólogo Albert Bandura demostró que los niños aprenden comportamientos agresivos por observación e imitación. En escenarios como una corrida de toros o un palenque, donde la violencia es aplaudida por adultos, el menor de edad interioriza la normalización del sufrimiento ajeno como un valor socialmente aceptado. Lo que en casa sería calificado como crueldad, en la arena se convierte en “valentía”.

La situación se agrava en las peleas de gallos, donde el uso de navajas, la mutilación anticipada de las aves, y la apuesta combinada con alcohol forman un entorno aún más tóxico. Los niños que asisten a estas actividades no solo presencian violencia explícita, sino que también son expuestos a modelos adultos que festejan el dolor, apuestan dinero y consumen alcohol sin restricciones. Esta exposición puede afectar el desarrollo de la empatía, generar insensibilidad emocional, y ser un predictor temprano de bullying, abuso doméstico y delincuencia juvenil.

¿Cultura o retroceso?

Los defensores de la tauromaquia y la gallística suelen recurrir al argumento de la tradición. Sin embargo, la existencia histórica de una práctica no la convierte automáticamente en valiosa ni ética. El machismo, la exclusión racial, e incluso la pena de muerte por herejía fueron en su momento tradiciones defendidas con pasión. La pregunta no es cuánto tiempo lleva practicándose algo, sino si merece seguir existiendo en una sociedad que aspira a ser más justa y compasiva.

Incluso si se alega que estas actividades forman parte de la “identidad cultural” de algunos pueblos del Perú, cabe preguntarse: ¿la cultura no puede evolucionar? ¿Nuestra identidad debe definirse por la violencia o por el respeto a la vida? Los hindúes no dejaron de ser hindúes cuando se abolió el Sati (la quema ritual de viudas). Tampoco los peruanos perderemos nuestra peruanidad si decidimos dejar atrás prácticas que normalizan la crueldad.

Una responsabilidad ética y legislativa

En una sociedad democrática, las leyes no solo reflejan costumbres, sino también principios éticos y compromisos internacionales. Perú es signatario de tratados que promueven la protección del bienestar animal y los derechos de la niñez. Permitir, y peor aún, reconocer legalmente actividades basadas en el sufrimiento como manifestaciones culturales es una forma de legitimar la violencia bajo un manto de identidad nacional.

El Congreso tiene hoy una oportunidad para estar a la altura de las evidencias científicas, las recomendaciones jurídicas y el sentir de una ciudadanía cada vez más consciente. Proteger a los animales y a los menores de edad no es una postura ideológica ni un capricho de “generación de cristal”; es un deber moral, legal y social. El país que seremos mañana depende de lo que elijamos celebrar y lo que decidamos dejar atrás.

Redacción por Germain Soto

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