miércoles, mayo 21, 2025
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Un paseo por las novelas de Vargas LLosa

Alfredo Herrera reflexiona sobre el legado literario de Mario Vargas Llosa, recordando cómo sus novelas marcaron generaciones y abrieron nuevas formas de mirar al Perú y a Latinoamérica.

Para muchos, el primer encuentro con la obra de Mario Vargas Llosa ocurrió en la adolescencia, cuando los programas escolares nos guiaban por los senderos del boom literario latinoamericano. Pero el Nobel de Literatura de 2010 tenía algo distinto: nos abría una puerta íntima a su universo, permitiéndonos asomarnos —a veces con asombro, otras con incomodidad— a la crudeza de las dictaduras (La ciudad y los perros), a la podredumbre ética de un país (Conversación en La Catedral), o a los deseos reprimidos de un empleado común (Los cuadernos de don Rigoberto).

Su fallecimiento nos invita a repensar el alcance de su legado y a recordar aquellas lecturas que nos marcaron en la juventud o cuando apenas empezábamos a ser adultos. Alfredo Herrera, director de Cultura del Gobierno Regional de Arequipa, destaca cómo la obra de Vargas Llosa no solo retrata conflictos internos del Perú, sino que también revela la complejidad humana con una profundidad que atraviesa generaciones. Como otros grandes nombres de la literatura latinoamericana, Vargas Llosa dejó una obra repleta de claroscuros, tan intensos y contradictorios como el continente que plasmó con maestría en sus páginas.

Fuente. Gobierno Regional de Cultura

La ciudad y los perros: una anécdota convertida en mirada crítica

Empecemos por La ciudad y los perros. Muchos la conocen por la película más que por la novela. Y hay una escena muy recordada en el cine: cuando el jefe le grita al cadete “¿Qué me mira, cadete? ¿Quiere una fotografía mía a calato?” Esa frase no está en el libro. Se la inventaron para la película.

Eso ya nos dice algo: lo que uno cree que ve, a veces no es lo que realmente está en la obra. En el caso de esta novela, lo que cuenta Mario Vargas Llosa no es un retrato exacto del colegio militar. Es otra cosa. Lo que hace él es tomar una experiencia —propia o escuchada— y transformarla según su mirada, para presentarnos un mundo distinto. Eso es lo interesante.

Todos hemos pasado por el colegio, todos tenemos anécdotas. Vargas Llosa toma una de esas, la transforma y nos presenta un Perú entero a través de ella. No es solo contar lo que pasó, sino contarlo de tal forma que nos ayude a comprender el país. Es probablemente uno de sus mayores aportes como artista: esa capacidad de usar una experiencia para mirar la realidad de manera más profunda.

La Casa Verde: cuando las historias se cruzan

Con La Casa Verde cambia todo. Mientras que en La ciudad y los perros la historia ocurre en un solo lugar, aquí la trama se despliega en muchos espacios: la selva, sierra, costa, la ciudad y el pueblo. Hay personajes que, al principio, no tienen nada que ver entre sí: un contrabandista chino que huye por la selva, un policía que vive en Piura y se va de juerga con sus amigos, unas monjitas enclaustradas…

Pero en algún momento todo se une. El fusilero llega a Piura, entra a la Casa Verde, se encuentra con los policías y con una monja que escapó del convento. Historias que parecían desconectadas se entrelazan. Y eso nos permite ver distintas formas de vida, diferentes maneras de funcionar en cada rincón del país.

Lo impresionante es cómo Vargas Llosa construye esos personajes. A cada uno le crea una historia completa: les inventa un padre, una madre, una infancia, una juventud. Solo con todos esos datos en la cabeza los presenta en la novela. No es un personaje improvisado: está pensado desde sus raíces.

La guerra del fin del mundo: el personaje que esperó años

En una conferencia, Mario Vargas Llosa contó que tenía un personaje en la cabeza desde muy joven. Siempre pensaba en él, pero no lo podía incluir ni en sus cuentos ni en sus novelas. No encajaba. Hasta que escribió La guerra del fin del mundo.

Fue ahí donde ese personaje, que había estado rondando durante años, encontró su lugar. Vargas Llosa lo encajó, le buscó entorno, relaciones, conflictos… y ahí entró. Eso nos muestra el trabajo permanente, la paciencia, la obsesión con la creación que muestra a través de su universo.

Me parece bien. Pero yo creo que el mayor valor de la obra de Vargas Llosa está en esas tres primeras novelas: La ciudad y los perros, La Casa Verde y Conversación en la catedral. Ahí ensaya todo lo que puede hacer. Y lo hace bien. Son tres obras maestras.

Ojalá, después de este paseo, alguno se anime a volver a leerlo. Y esta vez, fijarse en esos detalles: cómo están construidos los personajes, qué historias los sostienen, qué nos dice la literatura sobre nosotros mismos. Porque la literatura también sirve para eso: para entender y, quizás, ayudar a cambiar la sociedad.

La ausencia que deja su partida, pese a que nos haya ofrecido solo silencio en su última novela, no es únicamente la de quien nos enseñó a amar la lectura y la escritura, de quien nos abrió mundos insospechados y nos inspiró a seguir el camino de las letras. Es también la certeza de que con él se despide una era que, a diferencia de aquellas golondrinas que prometen regresar, no volverá jamás. El alivio, sin embargo, reside en la seguridad de que dentro de veinte siglos su nombre seguirá pronunciándose como hoy lo hacemos.

Redacción por Germain Soto

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