Cuando el gobierno de Donald Trump anunció, en julio de 2020, que los estudiantes internacionales con clases virtuales serían revocados de sus visas y forzados a abandonar Estados Unidos, el mundo académico se detuvo. De pronto, decenas de miles de jóvenes, muchos de ellos con sueños forjados a pulso, se convirtieron en piezas prescindibles en un tablero de poder. “Nos sentimos como fichas de póquer”, declaró entonces un estudiante de Harvard, reflejando con esa sola frase el desamparo de una generación entera.
Detrás de las estadísticas, los titulares y las órdenes ejecutivas, hay historias reales: jóvenes que dejaron sus países, a sus familias y sus idiomas, para estudiar en instituciones que les prometieron libertad de pensamiento, seguridad y oportunidades. Convertir a esos estudiantes en moneda de cambio dentro de disputas ideológicas o presiones a las universidades por sus formatos de enseñanza no solo es injusto, es inhumano.
Educación, no armas políticas
Las decisiones sobre inmigración y educación deben proteger la dignidad humana. No hay nada más contradictorio que expulsar a estudiantes de alto rendimiento académico como medida de “presión política”. Muchos de ellos ya habían pagado sus matrículas, firmado contratos de alquiler y construido vínculos sociales y emocionales con sus nuevas comunidades.
Harvard, MIT y más de 200 universidades se opusieron a la medida legalmente, y lograron que esta fuera finalmente revertida. Pero el daño simbólico ya estaba hecho. El mensaje fue claro: los estudiantes internacionales no importan lo suficiente si no se ajustan a los intereses políticos del momento. Esta lógica instrumentaliza la educación, y destruye la confianza que muchos tienen en el sistema universitario estadounidense como referente global.

¿Y si mañana eres tú?
Este caso también nos interpela a todos los países que aspiramos a ser destinos académicos. ¿Cómo tratamos a nuestros propios estudiantes extranjeros? ¿Los vemos como aliados culturales y académicos o como números en una hoja de cálculo? ¿Nuestros sistemas migratorios son seguros o volátiles ante los vaivenes del poder?
La respuesta a estas preguntas revela mucho más que una política educativa: revela nuestra humanidad.
La empatía también es política
Las universidades no son solo espacios de formación técnica; son territorios de encuentro, inclusión y diálogo intercultural. A los estudiantes internacionales no se les debe tolerar como “invitados temporales”, se les debe reconocer como parte esencial del tejido académico y social.
Cada vez que una ley amenaza con expulsarlos, no se pierde un número, se quiebra un sueño, una familia, una promesa. Y una sociedad que permite eso en nombre del control o la soberanía, olvida que su verdadero poder está en su capacidad de acoger, no en su facilidad para excluir.
Artículo de Opinión por Camila Luciana Carpio Pacheco
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