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Acercarse a sí mismo para comprender lo ajeno

Reflexiones en torno de Apegos Feroces de Vivian Gornick

“La experiencia discursiva individual de cada persona se forma y se desarrolla en una constante interacción con los enunciados individuales ajenos”1, afirma Bajtin cuando explica la concepción dialógica de los enunciados. Esto quiere decir que todo enunciado (inclusive un texto literario) está sostenido por una “voz” particular que no está aislada, sino que en ella resuenan otras “voces”. Una “palabra” no está sola, contiene palabras propias y ajenas; y el caso de Apegos feroces (Sexto Piso, 2005), escrito autobiográfico de Vivian Gornick, no es una excepción. Si bien puede decirse que en estas memorias hay un diálogo intertextual con autores como Robert Walser y W. G. Sebald, considero que, en dicho texto, resuena más claramente la voz de la escritora italiana Natalia Ginzburg. 

En efecto, al referirse sobre aquellos autores que marcaron su vida, Gornick menciona lo siguiente respecto de Ginzburg: “Nunca nadie me ha hecho amar más la vida que Natalia Ginzburg”2. La novelista italiana no es solo un referente que ilumina la escritura de Gornick. Es también una voz que la interpela de una forma muy particular, casi personal:  “Al leerla, como lo he hecho repetidamente durante muchos años, experimento la euforia que surge al recordar intelectualmente que uno es un ser sensible”.

Como contraejemplo quizá podríamos tomar la relación entre Vargas Llosa y Madame Bovary de Gustave Flaubert. Este libro, desde sus primeras líneas, tuvo en Vargas Llosa un efecto fulminante, como un hechizo poderosísimo. Vargas Llosa puede decir de Madame Bovary lo mismo que de la sopa de lentejas: “ejerció en mí un hechizo poderosísimo”. Ello se debe a que, tal como se espera del último “genio romántico”, cuando baja al mundo de los hombres tiende a revestir cualquier cosa trivial con el velo de su grandilocuencia superlativa. A Gornick, feminista radical, por lo contrario, debemos tomárnosla de una forma quizá algo más seria, pues ella habita entre nosotras. Para Gornick, en la escritura de Ginzburg reside el rostro de la divinidad, que insufla vida a sus textos. De allí podríamos afirmar que Gornick no hubiese existido sin Ginzburg.

Foto de la portada del libro “Apegos feroces”, editado por Sexto Piso

Apegos Feroces lleva implícita la escritura de Natalia Ginzburg —ese interés por lo particular, por lo íntimo, por indagar en aspectos tan cotidianamente humanos como la felicidad, el dolor o la pérdida; y con esa forma de mirar y registrar que a la italiana le vino del hecho de saber “hacer una salsa de tomate”3. Ambas escrituras se acomodan fácilmente debajo del holgado paraguas de las (así llamadas) “narrativas del yo”. Sin embargo, este “yo” que nos habla en Apegos Feroces no es exactamente el “yo” de los escritos autobiográficos de Ginzburg  —pequeño, poroso y maravillosamente imperceptible—, sino que se distingue diáfanamente de este último por un cariz narcisista, un deseo por explicarse y de explorar, de forma descarnada, sus propios vacíos; un “yo” aireado y terso como un globo aerostático.

Volviendo a Ginzburg, la narradora en primera persona de sus escritos autobiográficos nos deja comprender, hasta en los matices más delicados, los caracteres, temperamentos y formas de ver el mundo de cada uno de los personajes que allí aparecen. Es un “yo” minúsculo, muy pequeño, similar a una “pulga” —para utilizar sus palabras4— cuyo juicio no hace ecos ni ruido. En el otro extremo, la voz de Apegos feroces funciona como un cristal empañado, que altera por refracción la mirada del lector sobre los personajes. Los conocemos a través de la percepción de la protagonista, de antemano ya comprometida con sus propios juicios de valor.  Con ello no quiero decir que la escritura de Gornick no sea interesante; por el contrario, su prosa áspera deja fuera cualquier tipo de autocompasión y sensiblería fácil. Apegos feroces es una obra íntima, un tránsito por la memoria de la autora, que recorre descarnadamente su infancia y su juventud. Para Paul Ricoeur, la memoria posee un carácter objetal; esto quiere decir que en el acto de recordar son fundamentales los acontecimientos que tienen lugar durante aquel acto5. En Apegos feroces la memoria se despliega a través de una serie de conversaciones entre la escritora y su madre anciana, mientras caminan por las calles de Manhattan. El espacio urbano modela las pláticas que suelen culminar en discusiones tajantes. A su vez, tales pláticas nos conducen a otros espacios, esta vez familiares, íntimos, privados… El recuerdo de la autora nos lleva hacia la cocina —uno de los espacios centrales de su vida—, hacia un corredor estrecho e iluminado donde resuenan las voces de las mujeres que habitan y conviven en el edificio multifamiliar donde Gornick pasó su infancia. Allí, en un barrio judío del Bronx, dentro de un edificio de veintiún pisos, se encontraba el sofá donde Bess (la madre de la protagonista) pasó gran parte de su vida gimiendo de dolor por su viudez —expresión del amor idealizado por un hombre que le fue infiel y que la condenó a la vida doméstica al prohibirle trabajar…

Edificio multifamiliar en el barrio del Bronx, que concentra los recuerdos de la infancia de Gornick. Fotografía: S. Kubrick. Serie de «Los niños lustrabotas», 1947. Tomada de Graffica.

La narración no tiene un argumento definido, es una memoria sincera que disecciona la difícil relación madre-hija. Se percibe el deseo profundo de la protagonista por re-marcar un límite entre ella y su madre; esto la conduce a buscar como modelo de vida a alguien en quien identifica lo opuesto de su madre: su vecina Nettie. “Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer.” La historia, entonces, se desarrolla dentro de un triángulo compuesto por la protagonista (Vivian Gornick), su madre Bess y la vecina Netti, quien después de enviudar se entrega a la concupiscencia y a la voluptuosidad. Y es que Bess, la madre, parece por momentos un tornado que amenaza con arrasar todo lo que se halla a su alrededor: Vivian no puede ni abrazarla, ni escapar de ella. 

Ahora bien, esta relación de madre e hija parece cuestionar la idea de “persona” como un ente individual y recuerda ciertas concepciones antropológicas que buscan definir a la “persona” como una entidad que no es ni singular ni plural. Uno de los representantes de estas corrientes, Roy Wagner, propone el concepto de “persona fractal”, siguiendo la noción matemática de una dimensión que no puede ser puesta en números enteros. Una persona fractal, menciona Wagner, “es siempre una entidad con la relación integralmente integrada”. Wagner también dice: “Quizás la ilustración más concreta de la relación integral venga de la generalizada noción de reproducción y genealogía”6. Una genealogía es un encadenamiento de gente, que nos permite ver a las personas como “brotando” unas de otras, como en una representación de cine, que discurre en cámara rápida, de las vidas humanas. En Apegos feroces no sabemos dónde termina la madre y donde comienza la hija… El cuerpo entendido como un complejo semiótico con múltiples posibilidades, no representa una frontera entre una y otra. Es un cuerpo poroso. No hay un límite preciso y resulta inútil fijarlo. La protagonista reconoce en sí misma, en el famoso gesto de mujer que se derrumba sobre el sillón, a su propia madre. Reconoce a su madre en sí misma. La lleva en cada gesto, en las formas que adopta para hablar y expresarse. Haga lo que haga, no puede escapar de ella. Y creo que allí radica una de las claves de la lectura de Apegos feroces, en el hecho de que no hay un abrazo de reconciliación final —felizmente—, sino que el texto mismo se configura como un ejercicio catártico, donde Vivian Gornick acepta que el vínculo con su madre es feroz e incomprensible, pero que existe y que la constituye. Ello no quiere decir que sus vidas transcurren de una forma similar y que tropiecen con las mismas piedras. En la última discusión, la madre le pregunta a su hija: 

“¿Por qué no te vas ya? ¿Por qué no te apartas de mi vida? No voy a detenerte”

La hija responde: “Ya sé que no, mamá”.

A partir de ese momento, como si fuese un conjuro, todo es literatura. Gornick encuentra en la escritura una manera de alcanzar su propia salvación.

Ficha bibliográfica

  • Título: Apegos feroces
  • Traductor: Daniel Ramos Sánchez
  • Editorial: Sexto Piso
  • Año de publicación: 2005
  • N° de páginas: 193

La presente reseña, de Gabriela Solorio Naiza, forma parte de un proyecto de Entrelíneas que busca difundir la literatura escrita por mujeres.

Notas:

  1.  Bajtin, Mijail. Estética de la creación verbal (Siglo XXI, 1999).
  2. Gornick, Vivian. Cuentas pendientes (Sexto piso, 2021).
  3. En el ensayo “Mi oficio”, en Las pequeñas virtudes (Acantilado, 2021), Ginzburg dice lo siguiente: “Ya no deseaba tanto escribir como un  hombre, porque había tenido a mis niños, y me parecía que sabía muchas cosas sobre la salsa de tomate, y aunque no las pusiera en el cuento, era útil para mi oficio que yo las supiera; de un modo misterioso y remoto hasta esto servía para mi oficio”.
  4. “En aquel gusto que tenía entonces por encontrar detalles menudos había una cierta malignidad por mi parte, un interés ávido y mezquino por las cosas pequeñas, pequeñas como pulgas; había una búsqueda obstinada y maliciosa de pulgas”. “Mi oficio” en Las pequeñas virtudes.
  5. Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido (Fondo de Cultura Económica, 2014).
  6.  Wagner, Roy. “La persona fractal”. En Cosmopolíticas. Perspectivas antropológicas. (Trotta, 2013)

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