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Tardes púrpuras: Vida y muerte de un Cine Club

La carrera de Ciencias de la Comunicación de la UNSA tuvo un cineclub alguna vez, hoy lo recordamos contando su historia.

Edward llegó con el cañón proyector como cada viernes. Jorge acomodó el disco de la película de esa semana. Se sentaron ambos en primera fila y vieron la película en silencio, luego de realizar una rutina aprendida con el tiempo. El silenció duró algo más de noventa minutos, cuando los créditos se soltaron y Jorge se levantó de su asiento. Prendió las luces del auditorio y con la mirada hacia los asientos constató que la sala estaba vacía. Edward marcaría en su mente ese momento como el punto de quiebre para la muerte del Cine Club Blueberry. Una vida que duró cortos cinco años, pero tuvo también mucho que ofrecer.

El potencial de una idea

La universidad es un espacio de comunión estudiantil, con ideas, proyectos y sueños. Parte de esos sueños se dividen entre las distintas opciones profesionales. Ciencias de la Comunicación no es una excepción. Los días transcurrían cotidianos en el edificio de comunicación en 2006. Algunos alumnos entraban a clases, otros salían de ellas. La escuela profesional tenía en aquellos años tan solo tres pisos, pero se erigía con preponderancia la torre de agua, un símbolo de Ciencias de la Comunicación y refugio de alumnos que conversan sobre cine.

Previamente ya había habido un acercamiento de los estudiantes al mundo audiovisual. En 2005 llegó una organización llamada DocuPerú, impartieron unos talleres sobre cine documental y continuaron su caravana hacia otras regiones del país. No obstante, una semilla había sido plantada. De aquellas personas surgieron dos iniciativas. La primera, el colectivo de realizadores audiovisuales Monopelao de la mano de Anita Salinas. La segunda, el cineclub Blueberry con la iniciativa de Augusto Carrasco.

Augusto no era un caso estudiantil convencional. Ingresó en 2003 y se mantuvo intermitente en las aulas, a veces una asignatura, a veces dos. Con la paciencia de un artista, compaginó una serie de actividades que lo llevaron por distintos caminos. Estudió Bellas Artes, también Diseño y egresaría finalmente de Ciencias de la Comunicación en 2017.

Carrasco conversaba con amigos bajo la sombra de la torre de agua sobre el cine. Habían ideas, propuestas, pero que se limitaban a vagos sueños que se relatan entre compañeros. No obstante, un día solicitó el proyector, el cableado y con discos repletos de películas de su propiedad inició el Cineclub Blueberry. El nombre provino de un largometraje de Wong Kar Wai llamado My Blueberry Nights, aunque en Latinoamérica se le conoció como Noches púrpuras.

La programación era temática, al menos una vez cada semana, desde el mediodía hasta las dos de la tarde, para que pudiesen asistir tanto los ciclos del turno mañana, como los del turno tarde. Su primera función fue Amelié, iniciando un ciclo de cintas dedicadas al amor. Le siguieron Goodbye, Lenin! y Malena. Posterior a eso, ciclos de drogas, anime, periodismo, cine latinoamericano. Se recuerdan cintas como Días de Santiago, Perfect Blue o Requiem for a Dream. Cada una con un afiche promocional.

Carrasco no podría ser la cabeza del proyecto por siempre, no solo porque los estudiantes egresan de la universidad, sino porque su vida estudiantil fue atípica. La multiplicidad de sus actividades lo llevaría a un paulatino alejamiento de Blueberry. Era complicado diseñar afiches, difundir la publicidad, comprar películas y hacer las gestiones del uso del auditorio.

Para el 2007, la presencia de Carrasco en la administración había disminuido bastante. Frente a ello, la batuta recayó en los más jóvenes, tanto aquellos que cursaban su cuarto ciclo, como los cachimbos que ingresaron en ese año. El cineclub no era una organización cefálica, pero sí requería un rostro visible y alguien que haga gestiones propias de la administración. El cargo incidió en Edward Carpio, estudiante que se encontraba en su segundo año y había apoyado al cineclub desde sus inicios.

Edward es un caso estudiantil más típico, de realizar actividades extracurriculares, acabar en cinco años precisos y hacer pasantías. Su gestión fue natural, siguió su curso y motivado con las actividades culturales promovió la publicación de fanzines, conversatorios y el diseño de los afiches promocionales. Parte de las problemáticas para actividades de tal calibre estaban relacionadas al financiamiento. En un inicio el dinero salía del bolsillo de Augusto Carrasco, luego de manera organizada entre los miembros del cineclub y con el apoyo del docente Carlos Ilich Aguilar que cada cierto tiempo preguntaba por la situación del club de cine. Aunque eso no detuvo que el cineclub fuese considerada una actividad prescindible para la Escuela. A veces tenían que cambiar horarios porque se había programado una actividad en el auditorio o simplemente proyectar en las aulas.

Afiches del Cine Club en el Aula de Usos Múltiples. Fotografía: Difusión.

Una chamba de amigos

Aún no habían grandes centros comerciales con cines de cadena que no permitían el ingreso de pop corn en Arequipa. Solo la gente pudiente tenía equipos blu-ray. Y el hipódromo estaba en Porongoche. Eran tiempos distintos, cuando existía el cineclub. El trabajo de la organización se volvió más metódico, pero también más unido.

Edward Carpio recorría los espacios comunes pegando con cinta scotch los afiches que habían serigrafiado previamente. Pero pronto ya no era solo él, sino un grupo de cachimbos que se habían unido a Blueberry: Jorge Malpartida, Andrea Villanueva, Urpi Orihuela, entre otros.

Carpio caminaba por la calle Pizarro por la noche. Se quedaba hasta que todos los afiches estuviesen listos. Primero amarillo, luego cyan, seguido el magenta y finalmente el negro. Así con cada uno, para ser pegados al día siguiente anunciando el ciclo de cine del mes. Pero también cambió la forma de hacer la programación. Anteriormente, Carrasco definía lo que se vería cada viernes. En la nueva era blueberriana, había votaciones a mano alzada luego de la escucha de propuestas por cada uno de los miembros. Miembros que se convirtieron en amigos.

Dicen que la unión hace la fuerza. En este caso la unión logró la producción de cortometrajes, boletines y fanzines sobre cine. Dichos folletos contenían los textos escritos por los miembros de Blueberry, desde recomendaciones hasta críticas cinematográficas escritas por Christian Chacon, Jorge Malpartida, Carlos Armejo, Claudia Almanza, entre muchos otros.

A ello se le sumaron conferencias o conversatorios. Sacar las copias a los fanzines en la Fotocopiadora Karina que quedaba al lado del auditorio. Visitas a las aulas para extender la invitación al cineclub. Reuniones semanales sobre cine y conversaciones que se extendían hasta llegar a las aulas de clases.

Los amigos crecían y a un ritmo más acelerado lo hacía también la tecnología y la ciudad.

Fue en 2009 cuando Carpio se dio cuenta del declive. Como cada viernes, se solicitó el auditorio. Se aproximó con el cañón, colocó el disco de la película, se sentó en primera fila y fue el único que estuvo presente en aquella proyección—salvo la presencia de Jorge Malpartida—, dando paso a un decaimiento que se prolongaría algunos meses más. A ciertas personas les gusta tener el cine para ellos solos, pero en ese momento la soledad era fría y terrible.

Edward Carpio, como organizador principal, tampoco tuvo mucho tiempo de asimilar la bajada de audiencia. Consiguió una pasantía para estudiar en Lima, hacer un año de estudios en la Universidad San Martín de Porres, una oportunidad que aprovechó. Con la decisión tomada, el cineclub seguiría con Jorge Malpartida a la cabeza. No obstante, cuando Carpio regresó de Lima el cineclub no existía más.

La organización que no era jerárquica, pero tampoco anárquica, tuvo que afrontar la partida de la persona más interesada en la supervivencia del club. No se realizaron muchos ciclos de proyecciones más, la audiencia no estaba dispuesta a continuar. Antes de partir, Edward se reunió con Jorge en el aula de usos múltiples, que luego sería utilizada por el Centro Federado. Edward juntó en una caja un conjunto de películas y otros artículos del cineclub. Carpio extendió las manos y Jorge las recibió. Casi como una escena cinematográfica, Edward Carpio se despedía de Blueberry y el manto pasaba a un último bastión.

Para el 2010, Jorge cursaba el cuarto año. Él pasaba al turno tarde y comenzaba una vida ajetreada más relacionada al ejercicio periodístico. Ya había pasado antes con Carrasco, la realidad del mundo afectaba la ejecución de las propuestas extra-académicas que suponía el Cineclub Blueberry. 

Los amigos tomaron distintos caminos, unos por el periodismo, otros por la educación, algunos se encuentran fuera del país y a muchos más se les perdió el rastro. No hubo función de despedida, la gente no se enteró de la muerte blueberriana. Pasó como le pasa a muchas iniciativas, nacen, se desarrollan y mueren solas. Blueberry pasó al recuerdo de quienes la vivieron, intentó renacer con un cambio de nombre, pero el tiempo se encargó de sepultar el imaginario cinematográfico que supuso en su momento. 

Dibujo de distintos miembros del Cine Club Blueberry. Imagen: Difusión.

Escrito por: Carlos “Ambrossio” Alvarez

Instagram: @ambrossiox

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